En un perfecto castellano, me dice mi guía cracoviana, Marta Reinfuss, que los polacos querían a Juan Pablo II más que le entendían. Debe ser la humildad polaca, porque eso no les ocurría a los polacos, sino a todo el planeta: al gran filósofo del siglo XX, la gente le presentía aunque no le comprendiera: sentían su "civilización del amor" y se enamoraban de su obsesión por la verdad, aunque no llegaran a comprender los razonamientos con los que apuntalaba sus conclusiones. Al menos al 100 por 100. Las palabras de Marta me traen a la memoria aquella anécdota de la clerecía cracoviana, donde el comentario malicioso consistía en recordar que el primer castigo en el Purgatorio para los sacerdotes que se hubieran portado mal durante su estancia en este mundo sería leer "Persona y acción", la obra más ‘metafísica' de Wojtyla.

El inglés Gilbert K. Chesterton y el polaco Wojtyla tenían un nexo común: a ambos les gustaba la gente, disfrutaban de la vida y con la humanidad. Otra similitud: al igual que ocurre con Chesterton, la obra de Juan Pablo II no es asequible a lecturas rápidas. Ambos son pensadores barrocos, hay que esforzarse por penetrar en la intrincada selva de unas mentes que no despreciaban los interrogantes de la gente porque los valoraban, que consideraban que no existen respuestas fáciles a preguntas complejas. Eso sí, al igual que ocurre con Chesterton, cuando el lector obtiene sus primeros éxitos a Juan Pablo II se produce esa sensación dichosa que lleva a exclamar, sin ruido de palabras. "Sé lo que quieres decirme, no tengo duda alguna sobre ello. Y ahora que lo comprendo, además, me adhiero".

Pero ahora quiero recalcar las semejanzas: ambos disfrutaban de la vida y a los dos les gustaba la gente.

Bueno, había una tercera similitud: ambos amaban a Polonia. Durante el periodo de entreguerras, Chesterton viajó a Polska. Los polacos distinguen entre alemanes y bávaros. Por ejemplo, a Benedicto XVI no le consideran alemán: es bávaro, harina de otro costal. La misma distinción hacía Chesterton, para quien el problema no radicaba en Alemania, sino en Prusia... que no es lo mismo. 

Y en cualquier caso: ambos, a Chesterton y a Wojtila, como la inmensa mayoría de los polacos, les encanta la vida, tienen un hambre insaciable de felicidad. Por eso, un país que es una planicie, no ha podido ser derrotado por los mayores poderes que ha desarrollado el mundo. Como casi todos los poderes, maléficos. Y es que la debilidad del mal siempre es la misma: puede dar la muerte, pero no recuperar la vida. El malvado está condenado a algo peor que el infierno: está condenado a la desesperanza (no me vengan con sutilezas sobre la quisicosa de que infierno y desesperanza son una misma cosa: la frase me ha salido redonda).

A veces en la batalla de las armas y a veces en la batalla cultural, Polonia ha venido a mongoles, evangelistas, musulmanes, a la homicida ilustración francesa, al engreído idealismo alemán, al fatalismo ruso, al mercantilismo británico, al nazismo prusiano y al comunismo soviético. Ahora se enfrenta a otro drama igualmente corrosivo: el consumismo materialista, artero adversario.

El salario medio polaco no alcanza los 600 euros -poco más de la tercera parte del español y lo mismo que nuestro salario mínimo-. El nivel de vida polaco aumenta rápidamente, lo cual es bueno, y la estupidez por las marcas y el "sálvese quien pueda" donde ya empieza a darse el fenómeno de una clase media-alta de cariz exhibicionista. Totalmente despreocupada de quien se ha quedado en el camino de la competencia. En plata, que Polonia corre el peligro de convertirse en pasar de socialismo a capitalismo, sin término medio, sin resortes igualadores. Basta con pasear por las calles del Casco Viejo de Cracovia, mirar los comercios o la vestimenta de los jóvenes pudientes para caer en la cuenta. Hasta la adorable amabilidad cracoviana comienza a resentirse.

Es igual. Estoy seguro de que los polacos ganarán esta batalla. Con su estilo patrio, siempre agónico, siempre de derrota en derrota hasta la victoria final.

Eulogio López  

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