Resulta que Sor María, la monja acusada de robo de bebés, ha muerto. No he seguido los pormenores del caso, así que no sé si era culpable o no, pero me sorprende la reacción de sus perseguidores. Que no son sólo las presuntas madres robadas.

Por ejemplo, la intrépida reportera de RTVE nos informa que la muerte de Sor María (en la imagen) les ha sorprendido y da a entender que las puñeteras monjas tienen algo que ocultar: con decirles que se muere un día y le entierran al siguiente. Fíjense qué cosa más extraña. Cualquier televidente no informado del anticlericalismo rabioso de la tele de Mariano Rajoy, habría sospechado que algún cura ha ordenado matar a la imputada para evitar el escándalo de una condena.

Es más, la misma reportera nos informa de que con su muerte se libra de sus delitos. Pero chica, qué me dices: yo pensé que mientras alguien no es condenado se trata de presuntos delitos. Pero es lógico, nuestra periodista, políticamente correcta, ya había condenado a la religiosa.

Se les ha escapado la pieza. El abogado de la acusación lamenta ante las cámaras, sin reírse, que el código penal prohíba condenar a los fallecidos. Esto es muy lamentable. Urge modificar la ley y que los pecados -perdón, delitos- de los padres caigan sobre los hijos. Como no tiene otros hijos que los espirituales, podría caer sobre las novicias de su orden. A fin de cuentas son sus hijos espirituales. ¡Al banquillo con ellas!

Es una duda metódica que siempre me ha asaltado: ¿el que denuncia busca justicia o sólo venganza

Eulogio López

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