El madrileño Hotel Ritz estaba a reventar. No faltaba nadie para hacerle la corte al hombre que ha conseguido sacarle 13 puntos de ventaja a Zapatero. Carmen Martínez Castro, su portavoz, exultaba ante los periodistas: ¿Queríais programa? Pues vais a tener programa.

Pues se lo debió dejar olvidado en el despacho porque Rajoy no dijo esa boca es mía. Es un sujeto al que se le da mejor denunciar la incongruencia ajena que mostrar alternativas.

Hasta ahora no se le ha culpado de ello. Tiene razón la derecha -pagana, pero derecha- pepera cuando, desde 2004 hasta aquí, respondía a las requisitorias de que explicara qué medidas tomaran ellos si estuvieran en el poder. El Gobierno son ustedes -respondían los populares- son ustedes los que tienen que gobernar.

Pero ahora esta respuesta ya no sirve. Esperar tranquilamente la caída del presidente más desastroso y peligroso que haya tenido la democracia española como Zapatero, tendría sentido si no fuera porque quien sufre la inacción política es la desesperación popular. España está de mala leche y, sobre todo, está desfondada.

No dijo nada, y no es de extrañar que los principales banqueros y empresarios españoles le dejaran tirado. Balbuceó cuando se le preguntó por el desempleo, ni especificó dónde debería hacerse el recorte que lleva exigiendo al Gobierno desde hace años, tampoco es una alternativa con las pensiones, sosería en materia energética, de cajas de ahorros.

Por supuesto, las llamadas cuestiones sociales, esto es, las importantes, aborto, familia, honradez política, ni tocarlas. Estaba entre incondicionales.

Los pelotilleros de turno abandonaron el acto asegurando que era su líder. Pero eso ya lo sabíamos antes de entrar.

Lo he dicho demasiadas veces así que no quiero ser pesado: el señor Rajoy es un frívolo, bueno para amigo de tertulia, pero un desastre para convertirse en primer ministro. Si no te mojas puede que llegues a presidente del Gobierno pero no a ser un buen gobernante. Si no te mojas, es que estás seco, como su mismo nombre indica.

Rajoy es el ejemplo vivo de la vieja frase que a mí me lo trasladó el senador socialista José Prat: Siempre que algún primitivo asegura que dos y dos son seis y un sensato le corrige asegurando que dos más dos son cuatro, surge un tercero que, en nombre del diálogo y la moderación, acaba concluyendo que dos más dos son cinco. Y su majadería  suele ser la que quede para los anales.

Zapatero ha convertido España en un lodazal cainita, desmoralizado y, por ello, desesperanzado. Zapatero nos ha destrozado pero no nos ha desilusionado. Quien nos va a desilusionar es Mariano Rajoy. ZP es un ignorante resentido, Mariano un superficial para quien el único sentido de la política es permanecer en el poder. Justo seguidor de José María Aznar a quien, nada más llegar a Moncloa, y cuando Álvarez Cascos le preguntó cuál era el objetivo del Gobierno, respondió. Durar.

Zapatero es otro José María Aznar pero sin la determinación de éste. En los ocho años de Aznar se disparó el aborto, se pusieron las raíces de todos los ataques contra la vida y la familia.

Las barbaridades de ZP han sido tantas que muchos votantes de centro y de derecha, y algunos de izquierda, están convencidos de que cualquier cosa mejor que ZP. Ahora bien, a medida que se acerca el día D la figura de Rajoy corre el riesgo de difuminarse. Quizás sea el momento, aunque la bipolarización no lo aparente, de que surja una alternativa política de esencia cristiana, que defienda los valores no negociables de Benedicto XVI: vida, familia, libertad de enseñanza y bien común. Esta crisis económica de gruesas proporciones sólo admite la receta de la doctrina social de la Iglesia, la de una correcta distribución de la propiedad y de una lucha contra el parásito económico de la modernidad que son los mercados financieros. Es una corriente política que antes o después va a entrar, primero en la vieja Europa que es la que más lo necesita, luego en el mundo emergente, Iberoamérica y Asia, finalmente en el mundo entero.

Eulogio López

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