Por muy anticonservadora que sea una persona (y en el mundo abundan más los conservadores que los renovadores) hay algo en lo que muchos se vuelven conservadores: en el diseño de la vivienda. Una de las máximas de la humanidad es que en materia de hogar los experimentos, con gaseosa, y que la mejor casa es la casa antigua con comodidades modernas: casas con luz y, al mismo tiempo, con intimidad; casas seguras, porque el hogar no es más que la búsqueda permanente de protección, casas cuya arquitectura y diseño reflejen una identidad.
De ahí que las novedades del salón inmobiliario no sean muy apreciadas. Son apreciadas las comodidades para cocinar, lavar, comunicarse, etc., pero no los nuevos diseños. Es más, tras una locura arquitectónica que ha asolado España durante 50 años (la arquitectura del tardo-franquismo fue simplemente horrible), vuelve la balconada castellana, que es la esencia misma de la arquitectura española. El castellano, por contraste, contraste buscado, con el musulmán, optó por la ventana-balcón, porque el sur de Europa y el mediterráneo son tierra de mucha luz y sol, y ambos son elementos más que aprovechables. La balconada y la piedra, porque había que combinar luz y privacidad, claridad sin exhibicionismo.
Han sido 30 años de mutilar la propia identidad cultural y arquitectónica castellana. En las calles céntricas de Madrid, pueden verse cómo monstruos de metacrilato y cristales opacos (si son cristales, ¿para qué son opacos?) comparten acera con las tradicionales casonas de balconada. No sería admisible tal aberración en una calle londinense o en un boulevard parisino, países que no necesariamente son menos "modernos" que España.
Ahora, el salón de los inmobiliarios que se celebra en Madrid (otro salón que la feria madrileña le ha arrebatado a la barcelonesa, antaño la más famosa del país, por la cerrazón lingüística catalana, que espanta al expositor o visitante extranjero) ha caído en la cuenta de que ninguna "nueva vivienda" es otra cosa que una excentricidad que el visitante observa con tanta curiosidad como lejanía. Lo que vuelve es el respeto a la propia identidad e historia: que entre la luz del sur, que por algo somos sureños en Europa.
La casa del futuro es la casa del siglo XIX, la balconada, con comodidades del siglo XXI, "off course". Piedra y balconada, luz e intimidad. Eso es la jovialidad hispana, nuestra identidad, que supongo debemos llamar "cultural", y que, además, permite una diversidad tremenda a partir de ese eje común. Lo otro es un atentado contra la historia, amén de una horterada.
La otra tendencia que refleja el actual salón inmobiliario de Madrid es la de las viviendas enanas, para las llamadas familias monoparentales que, con todo respeto, no deja de ser una contradicción en origen. Se impone la casa japonesa, de la que se supone que todo residente quiere huir a primera hora de la mañana y no volver hasta que el cansancio le deja rendido. Los hogares miniaturizados son producto de la codicia, claro está, de la especulación, pero no conviene hacer de la necesidad virtud y venderlo como arte. Porque la casa pequeña es casa inhumana.