Don Gonzalo Moliner (en la imagen), presidente progresista del Consejo General del Poder Judicial demostró su buena crianza cuando, al referirse a su antecesor en el cargo, Carlos Dívar, se refirió como "ese señor".

Tengas juicios y los ganes, reza la maldición gitana y yo rezo para no ser juzgado por don Gonzalo Moliner. Está bien fiarse pero es mejor no fiarse.

A Dívar se le fusiló, socialmente, digo, por una tontuna y por mucho odio hacia su condición de cristiano. De postre, el Partido Popular, siempre al quite, consiguió que los progres le colocaran a un progre como sustituto, mismamente cuando el ministro de Justicia, honorable Gallardón, presentaba su reforma judicial.

Naturalmente, no será Gallardón quien renuncie a una reforma por consenso, y no serán los jueces los que dejen de animar el consenso si se mantiene lo que ellos llaman su independencia, esto es, sus privilegios. Ahora bien, reformar la Administración de justicia por consenso entre políticos y jueces es como pactar una sentencia por consenso entre el reo y su abogado.

El poder judicial debe ser elegido por sufragio, a igual que el resto de los poderes del Estado. Y la clave de una reforma judicial es que camine hacia la justicia popular. Sí, popular, donde el jurado tenga un papel primordial en la misma.

Cuando se trate de impartir justicia la especialización es lo peor que puede haber. La especialización sólo sirve, en el mejor de los casos, para aplicar las penas y para hacer realidad la desgraciada definición de juicio para Noel Clarasó: "conjunto de señores que se reúnen para saber cuál de los dos abogados es el mejor".

Eulogio López

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