Es la anécdota del año. En la famosa reunión de Rodríguez Zapatero con 37 empresarios españoles (celebrada en Moncloa el sábado 27 de noviembre) el presidente del Gobierno se aproxima a un conocido banquero español y le pregunta: "-Oye, y cuando queréis hablar con los mercados, ¿a quién llamáis?"

 

Sí, ya sé que el asunto es demasiado bueno para ser cierto pero les aseguro que es cierto. De hecho, el susodicho presidente de banco se ha hinchado a contarlo por la City madrileña, de tal forma que el asunto ha corrido.

No seré yo quien critique el equívoco presidencial. Tiene hasta su lógica: hemos personalizado a los mercados (hablamos de estrés, de tranquilizar a los mercados, de temor a la reacción de los mercados, de exigencias de los mercados... qué esperábamos.

Los mercados no son más que operadores a corto plazo, especuladores que tratan de comprar hoy a uno lo que mañana -no más tarde, a ser posible- intentarán vender a seis. La aportación de los mercados financieros al bien común es nula pero, eso sí, pueden dañar a la economía real como lo llevan haciendo desde el estallido de la burbuja, en 2007.

El desatino zapateril se enmarca dentro de la manía por personalizar las cosas y cosificar a las personas, que es la filosofía imperante.

Por ejemplo, hoy entra en vigor la norma por la que ya no sólo delinquen las personas sino también las sociedades. Una mirada superficial nos llevaría a concluir que la norma es estupenda: ojo, que las sociedades también respondan por los daños causados no sólo sus consejeros y directivos. Lo cierto es que la norma sólo valdrá para que los susodichos directivos repercutan en las cuentas sociales, del conjunto de los accionistas, las penas a las que ellos hayan sido condenados, así como para judicializar la vida empresarial que quedará así pendiente de los tribunales para gozo de abogados y aseguradoras.

Son las personas las que deben ser premiadas o castigadas, no las instituciones, porque las instituciones no existen, sólo son el resultado de la actividad humana. Por eso, los mercados son ese ente que nunca ayuda a las personas, pero a las que fastidia muy a menudo. Algunos, como Zapatero, pretenden que los mercados tengan rostro humano, pero lo único que tienen son manos muy largas para introducirlas en los bolsillos humanos.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com