Ocurrió en un hipermercado madrileño. Dos jóvenes hacían la compra y llamaron la atención de una niña, quizás por el hecho de que llevaban tres carros hasta los topes de comida. La chiquilla, como es natural, les preguntó que adónde llevaban tanta comida. Las aludidas respondieron que tenían muchos hermanos.
-¿Cuántos? –inquirió la pequeña.
-Si lo adivinas te regalamos un chupa chups.
-Siete –aventuró, confiada en que, en el mejor de los casos, se había pasado.
-Pues no, somos 14.
La preguntona se quedó pensativa, lo que no le impidió coger el chupa chups que le ofrecían sin habérselo ganado. Al poco rato, volvió junto a su madre, les explicó a las de la intendencia que era hija única y les preguntó:
-Oye, ¿me prestas siete hermanos para hacer una fiesta?
Un profesor finlandés de visita en España tenía un problema similar. Luterano, nuestro hombre le preguntaba a un colega:
-¿Sabes lo que más os envidio a los españoles?
-Pues no.
-Que sois católicos y no os divorciáis.
Su interlocutor no tuvo tiempo de introducir matices acerca de la autocatalogación de muchos españoles y de la relación, en algunos sólo presunta, entre fe y amor conyugal, porque el finlandés, dio un giro inesperado a su argumentación. Al parecer, no era la práctica religiosa lo que le preocupaba, sino el hecho de que en su país "resultaba muy difícil organizar una fiesta. Por ejemplo, el padre de mi mujer va por su quinto matrimonio, y está casado con una señora divorciada por tres veces. Así que en el círculo familiar o de amistades siempre hay un "ex" que no debe encontrarse con otra "ex"". Si a ello le unen el trasiego de hermanastros, padrastros y madrastras, la verdad es que en Occidente las fiestas infantiles y juveniles constituyen un serio problema. Una primera comunión, una boda, incluso un cumpleaños, exige la habilidad propia de un maestro de ceremonias o de un mayordomo regio.
Lamentablemente, José Luis Rodríguez Zapatero no es finlandés, por lo que el próximo viernes será investido presidente del Gobierno de España. Y, también lamentablemente, el Partido Popular le ha dejado una especie de tierra quemada en materia de defensa de la familia natural. Así que el pobre Zapatero hace lo que puede. Lo único que se le ha ocurrido es prometer una norma para agilizar los trámites de divorcio que, como todo el mundo sabe, constituye la necesidad más acuciante de este país. Zapatero, siempre pendiente del pueblo, lo hace para que la gente pueda rehacer su vida en el lapso más breve posible. A lo mejor, más que rehacer, la está tirando por el desagüe, pero eso ya no es problema de Zapatero. Él sólo es un estadista. En el mejor de los casos, se preocupa del derecho de los adultos, no de las fiestas de los niños.
Además, los niños y adolescentes no votan. Los casados, sí.
Eulogio López