Reproducimos a continuación un artículo de un lector mexicano de la web Yo Influyo sobre los jóvenes y el tiempo de ocio, mientras crece el nihilismo entre los adolescentes en la sociedad actual. Una sociedad para la que la solución está en una supuesta libertad, entendida como ausencia de vínculos, y no de educación en valores
Sr. Director:
Hace poco recibí un correo firmado por una señora donde cuenta lo que pudo ver en una discoteca cuando acompañó a su hija. Lo que relata resulta sumamente desagradable. Como me quedé con la inquietud, busqué a un joven conocido para preguntarle si acostumbra ir a las discos y me dijo que claro que sí, pues es músico y trabaja en ellas. Lo cual me proporcionó datos dignos de confianza por parte de alguien que conoce muy bien esos ambientes. Entre las preguntas que le hice me interesé en si las muchachas suelen emborracharse más que ellos, y me respondió que sí, pues a ellas se les suben las copas más rápido y se les nota más.
Acerca de las drogas, la respuesta me resulta desalentadora, pues me comentaba que es frecuente encontrarla en esos ambientes. En otra pregunta me refería a si los desórdenes que realizan algunas parejas se ven más en las discos frecuentadas por gente de dinero o aquellas a las que acuden personas de bajos recursos, y su respuesta es que eso no marca la diferencia. Incluso, añadió, en las que van muchachos de dinero les suele importar menos que los vean.
Es probable que esta forma de buscar el entretenimiento tenga relación con lo que en broma me llegó en otro correo desde Argentina, donde dice que los niños actuales son como la televisión: tienen el trasero plano y el cerebro vacío. Los niños actuales no se enfrentan a sus padres, los dominan desde que nacen. Los niños de hoy ya no rompen los cristales de casa jugando a la pelota; ahora rompen las pelotas para no salir a jugar. Los niños de hoy no tienen todo lo que necesitan: tienen todo lo que se les antoja. Antes, tener padres divorciados era un drama, ahora tener padres divorciados significa tener dos casas, doble cumpleaños, dobles vacaciones y dobles navidades. Antes, los niños convivían con su imaginación; ahora viven en un mundo de fantasía. Las niñas ya no se preocupan por ser obedientes, estudiosas y femeninas, sólo se preocupan por su figura. Lo que antes se solucionaba con una nalgada, ahora requiere de psicólogo que, además, cobra caro. Ya no quieren ser buenos, quieren ser triunfadores.
Los niños antes confiaban en su ángel de la guarda, ahora quisieran un guardaespaldas. Sus héroes no ganan combates, ganan millones. No saben valorar a unos padres amorosos, tiernos y responsables; no, ahora quieren padres tolerantes, presumidos y millonarios. Ya no le temen a la oscuridad ni a los monstruos, sólo le temen a la deteriorada economía familiar. Los niños de antes querían ser abogados, doctores, bomberos; ahora quieren ser directamente empresarios. Los niños de antes podían ser ambiciosos, los niños de ahora son simplemente codiciosos; por eso, ya no son inquietos, nerviosos y traviesos, ahora sufren de estrés. Ya no son tímidos y tranquilos, ahora sufren depresiones. Nosotros nos conformábamos con cualquier cosa, mientras que los niños de hoy sólo juegan con lo que está de moda.
Está claro que al generalizar estamos cometiendo injusticias, pues asignar estos defectos a todos los padres y a todos los niños no corresponde a la realidad. Sin embargo, no deja de haber mucho de cierto en algunas de estas afirmaciones; y qué importante es poner los medios para evitar que suceda lo que cuenta aquel chiste de mal gusto: Oye, Pepit ¿Sigue habiendo violencia en tu casa? No, eso era antes. Hace mucho que ya no le pego a mis papás.
Si tantos padres de familia se preguntan qué hacer para educar correctamente a sus hijos, ¿cómo es posible que al sugerirles que estén más al pendiente de ellos, de sus estudios y de sus amistades, que procuren mejorar el entendimiento en el matrimonio, que fomenten el diálogo y la convivencia con sus hijos, siempre ponen pretextos? Los hijos quieren aprobar sus exámenes viendo televisión y los papás quieren tener unos buenos hijos sin dedicarles la atención necesaria. ¿Dónde está, pues, la congruencia de los padres al exigirles a sus pequeños que cumplan con sus deberes cuando ellos los descuidan?
No todos los antros son centros de vicio. No todos los muchachos que van a los antros se portan inadecuadamente. No todos los padres desatienden sus deberes familiares. No todos los niños se pasan muchas horas viendo televisión. No todos los menores son malos hijos. Preguntas: ¿Están usted y su familia entre los que sí o entre los que no? ¿Seguro?
Alejandro Cortés
alejandro@montereal.org.mx