Kirchner ha decidido ahogar la gallina de los huevos de oro. Por segunda vez en 60 días, ha decidido elevar los impuestos a las exportaciones de hidrocarburos. El montonero debe de pensar que las petroleras "tienen mucha plata, han ganado mucha plata y deben de colaborar con el Gobierno". Pero los explotadores del oro negro están cansados de hacer de flotador del Ejecutivo austral.
Sus cuentas han empezado a no cuadrar. La demanda interna ha caído un 50% en el último año como consecuencia de la migración de la clase media hacia el gas como combustible de sus automóviles. Tiene menos potencia, menos autonomía y es necesaria una pequeña inversión inicial. A cambio, el coste de rellenar el depósito es sustancialmente más barato y la crisis argentina ha machacado a la clase media del país.
La caída de la demanda interna, los impuestos a la explotación y la "subida" del peaje fiscal por sacar el producto del país han convertido el negocio en inviable, a pesar de realizarse en dólares. Así que las petroleras han optado por plantarse. Amenazan con frenar la inversión a largo plazo, que, según recuerda el director de Asuntos Públicos de Esso, "es la que genera empleo". No sólo eso, sino que el sector ha anunciado su intención de acudir al Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a las Inversiones (CIADI) por discriminación respecto de otros sectores exportadores.
Un pulso apasionante porque Kirchner ya anunció estar dispuesto a "partir a las privatizadas como un queso". Por su parte, la hispano-argentina Repsol YPF ha optado por un perfil bajo. El consejero delegado, Ramón Blanco, no quiere perder el privilegiado nivel de interlocución que mantiene con el Ejecutivo Kirchner. Pero tampoco puede aceptar un nuevo atropello. Así que desde Madrid se advierte que "optimizarán la estructura de producción con el fin de minimizar el impacto del aumento de la presión fiscal sobre los hidrocarburos". O sea, cierre al grifo de las inversiones. Todo un pulso.