Apenas unas horas después de inaugurarlo el dios de la lluvia lloró sobre Madrid, sobre todos los rincones de la capital, incluida la cabeza del señor alcalde, y se inundó el túnel que sale a la Nacional V –ahora A-5-, carretera de Extremadura.
Ahora bien, son muchos los expertos que desde el comienzo de las obras del Faraón (así se le conoce popularmente en Madrid), don Alberto Ruiz Gallardón, advirtieron que todo el nudo sur de Madrid, el más complejo de la reforma de la circunvalación M-30, estaba mal planeado. La razón es muy sencilla: en su mayor parte, la mega-obra que ha hecho enloquecer a los residentes en Madrid (no, no todos estaban ya locos) tenía como eje la construcción de túneles subterráneos paralelos al río Manzanares. En definitiva, que el agua se desliza por la ley de la gravedad –no, no es una normativa municipal y nos respeta los pactos de Gallardón- hacia el cauce del río, y hasta que no se incorpora a su caudal, amenaza con arrasar todo lo que se encuentre en su camino. Por ejemplo, los costosísimos túneles con los que el señor alcalde espera pasar a la historia y al Palacio de la Moncloa, y que los madrileños pagaremos alegremente durante los próximos 50 años.
Y es que la orografía es muy testadura, y no admite cambios en menos de unos miles de años de erosión y cambios telúricos. Es decir, que no es como el apellido del señor alcalde, que no se llama Alberto Ruiz Gallardón, sino Alberto Ruiz Jiménez. Quizás por eso : por eso, porque es más fácil cambiar un apellido que cambiar el relieve del terreno.