• Un trozo de pan que se convierte en Dios constituye el motor de la historia.
  • En primer lugar, paternidad. En segundo, fraternidad. Amamos a los demás -o, al menos, lo intentamos- porque amamos a Dios
  • La Eucaristía es una exageración de Dios
  • Un cristiano que no comulga diariamente está desaprovechando sus recursos

Esta jornada de Jueves Santo no celebramos el día del amor fraterno sino la institución de la Eucaristía. Sí ya sé, lo uno va unido a lo otro, pero déjenme acabar. Lo que celebramos los cristianos es el hecho cotidiano y portentoso de que un pedazo de pan ubicado en manos consagradas, tras pronunciar el susodicho consagrado cuatro palabras, "Esto es mi cuerpo", se convierte en Dios, Creador, Redentor y Padre, en el mismísimo hacedor del universo, salvador y sostenedor de todo el género humano, del pasado, el presente y el futuro, padre de 7.000 millones de hijos, algunos de los cuales no le conocen y otros muchos ni tan siquiera quieren conocerle.

Esto es lo que se celebra en esta jornada: el amor febril de un Creador que se anonada ante la criatura y que ama tanto al hombre que permite que esa creatura le manipule en forma sensible, bajo las especies de pan y de vino, con todos los riesgos que ello conlleva.

La segunda efemérides que hoy también festejamos, no es sino mera consecuencia, y consecuencia directa, de la primera: sólo amando a Cristo somos capaces de amar a los demás. La persona ama a la persona sólo "por Cristo, con él y en él". De otra forma, el amor se vuelve hueco y cursi.

Lamento desilusionar a los progres, pero Jueves Santo no es fraternidad. Es, antes que nada, paternidad, amor al padre. Es lógico: si no hay padre no hay hermanos a los que amar.

Recuerdo que cuando yo era un adolescente escuché a un sacerdote decir lo siguiente: si los periódicos dijeran la verdad, la noticia de primera página, en todas las ediciones, todos los días, sería la Santa Misa. Más tarde me dediqué a esto del periodismo y, con criterios estrictamente profesionales, puedo certificar que aquel curita tenía toda razón.  

Pero no me extraña que cuete verlo. Sinceramente, la Eucaristía resulta una exageración de Dios. Un milagro cotidiano, el más grande de todos los milagros, que se repite a lo largo de todo el globo, sin previo aviso, sin propaganda, sin alharacas, que deja a Dios indefenso ante el hombre, víctima de cualquier profanación. Y si no hay más profanaciones es porque no hay suficientes creyentes.

Si entendiéramos lo que significa la Misa pasaría a ser nuestra primera actividad diaria, cada día. Todos los días, no sólo en jornada de precepto. La Iglesia vive de la Eucaristía, sentenciaba Juan Pablo II. Planteado de otro modo: no hay santidad sin eucaristía diaria. Es imposible.

Y de todo esto concluyo que un cristiano que no comulga diariamente está, en términos económicos, desaprovechando los recursos disponibles.

Hoy es Jueves Santo, día para pensar sobre todo lo anterior. Bueno salvo los intermediarios bursátiles, quienes continúan adorando a Moloch en agotadoras jornadas de doce horas diarias, también en Jueves Santo. Es como si los mercados financieros se hubieran convertido en los enemigos de la Iglesia. Pobres diablos. Lo suyo es esclavitud y servilismo. Sí, hoy abren las bolsas. Yo, periodista económico, es la única jornada bursátil que no sigo.

¡Que les den morcilla!

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com