Eliot Spitzer era fiscal general del Estado de Nueva York cuando más de un lustro atrás lanzó una loable campaña contra las gestoras de fondos de inversión colectiva y contra los bancos de inversión. Fue la famosa era de las murallas chinas, en efecto cuando Spitzer acusó, con toda razón, a estas entidades de manipular la labor de sus analistas, o consejeros de inversión, y la de sus departamentos de inversión, en beneficio propio. Dicho de otra forma, tenían una información privilegiada que usaban más en beneficio propio que de sus clientes. Los sabios del Morgan Stanley trabajaban en la habitación de al lado de los gestores de Morgan Stanley... por decir algo.

Así fue como los bancos de inversión soltaron 1.500 millones de dólares como penitencia por el doble -más de 3.000 millones- los gestores de fondos de inversión colectiva.

Es decir, que el fiscal Spitzer había realizado un estupendo trabajo. ¡Ojalá le tuviéramos en España, donde tantos gestores de fondos hacen lo que le vienen en gana con el dinero de sus clientes.

Gracias a su buen hacer el fiscal Spitzer llegó a gobernador del Estado de Nueva York. Hasta ahora, creo, porque es ahora, en 2008, cuando se ha visto involucrado en un escándalo de prostitución. No pregunten cuál porque el asunto no está claro. La justicia, en este punto, funciona con la hipocresía que le es propia: filtra lo suficiente para denigrar a una persona y luego afirma que no puede decir más para respetar el secreto del sumario. En cualquier caso, habrá que saber si no ha sido el mundo del dinero, tan rencoroso como ZP, quien le ha tendido una trampa.

En cualquier caso, tampoco me ha gustado nada la reacción del amigo Eliot, muy ilustrativa sobre el mundo actual. Según el susodicho, "he traicionado la confianza de mi familia y mis estándares sobre lo que es bueno o es malo".

A ver si nos entendemos, señor gobernador: los estándares sobre lo bueno o lo malo no son suyos, de otra forma, no serían estándares. No es usted quien decide lo que está bien o lo que está mal. Lo que está bien o mal lo decidió la naturaleza humana (no vamos a decir quién creó la tal naturaleza, pero les daremos una pista: es naturaleza creada) hace mucho tiempo e incluso puede comprobar el siguiente axioma: lo que hace 4.000 años era bueno, hoy sigue siendo bueno. Si ha habido 400.000 lelos que lo han engañado en 4.000 años -no muchos más- es problema de los lelos, no de los estándares.

En segundo lugar, por aquello de la resistencia a la dimisión, Steiner se arrincona en la siguiente frase. "Yo no creo que la política a largo plazo tenga que ver con los sentimientos. Tiene que ver con las ideas, con el bien común, con hacer lo que es mejor para el Estado de Nueva York".

Por si alguien no ha cogido esta extraordinaria muestra del "politiqués" o lenguaje de los juristas, lo que quiere decir Eliot es que si se ha ido con señoras de mala vida o ha participado en el lucrativo negocio de la prostitución -que no sé de qué estamos hablando- eso no afecta al Estado de Nueva York, por cuyo bien común él ha entregado su vida, aunque no su cartera.

Lo cierto es que sí que afecta. Queda muy progre eso de distinguir entre la vida personal y la acción política, entre los que Eliot llama "Sentimientos" y las supuestamente racional "acción de Gobierno". Pero no es cierto: gobiernan las personas, que tienen sentimientos y, en ocasiones, pensamientos. Pero los periodistas norteamericanos, tan amantes del aforismo, lo explican mucho mejor, cuando dicen, por ejemplo, que "a quien no controla su bragueta no hay que entregarle el botón nuclear…" no vaya a ser que tampoco sepa controlarlo.

Ni el botón nuclear, ni la cartera del prójimo, ni las vidas ajenas, ni ninguna de esas cosas que componen la... acción de Gobierno.

Lo que quiere decir, que la moral no puede ser privada como la ley no puede ser privada. De hecho, cuando la ley es privada se convierte en un privilegio. Lo mismo que ocurre con la ética privada.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com