Sr. Director:

La reforma de la Educación, que es un clamor generalizado ante el alarmante fracaso escolar que reflejan todos los informes, ha atraído las iras del nacionalismo que no tolera la igualdad de oportunidades de las lenguas oficiales y, lo que resulta mucho más inquietante, la de una oposición laicista que niega la libertad de elección de los padres y el reconocimiento de la asignatura de religión como materia fundamental.

Existe el riesgo de que un fermento de intolerancia mine la convivencia. Se ha llegado a vituperar al ministro de Educación con insultos tabernarios. Pero el debate abierto está dando ocasión a la sociedad de adentrarse en el meollo de grandes problemas de fondo, al tiempo que están sacando a la luz muchos de los prejuicios corporativos e ideológicos que han colocado a España en la cola de los países más desarrollados.

El Gobierno, al que todavía le esperan muchas reformas estructurales, ha acometido las referidas a la educación y justicia con la determinación que se esperaba de su mayoría parlamentaria, sin estar por ello cerrado a la negociación. Parece que los nacionalistas catalanes han vuelto a las negociaciones. ¿Es necesario el diálogo? Sí, pero más lo es la reforma.

Jesús Martínez Madrid