Definen algunos el melodrama como un relato cuya trama, llena de pasiones, tiene como objetivo conmover al espectador. Y se citan siempre, como ejemplos míticos, películas como Lo que el viento se llevó o Imitación a la vida.
Dina entraría en esa categoría por los acontecimientos que se narran pero su tono no tiene nada que ver con los filmes anteriormente citados. Es muy tremendista. El escenario nos traslada a Noruega, a mediados del s. XIX, una niña de familia acomodada causa, involuntariamente, un accidente doméstico en el que muere su madre. Este fallecimiento, que la aleja de su padre, marca definitivamente su vida: se convierte en un ser huraño e indomable, que carga con sus propios fantasmas. Sólo la llegada de un tutor, y el aprendizaje de la música, la harán salir de su aislamiento.
Basada en el libro Dina, del autor noruego Herbjorg Wassmo, la traslación a la pantalla grande resulta un relato muy pasional, cargado de violencia, en el que proliferan las escenas sexuales bastante explícitas.
La historia, narrada en primera persona, intenta mostrar la pasión desbordante de Dina, al mismo tiempo, que su búsqueda de la felicidad. Pero el personaje no tiene ningún atractivo para el espectador. Resulta odioso, por su comportamiento salvaje.
Lo único destacado de la película es su fotografía (Steffen Aarfing y Marie i Dali).