El caudillo venezolano Hugo Chávez ha aprovechado su conflicto fronterizo con Colombia para hacer un llamamiento a la integración latinoamericana. El gran proyecto de Chávez, y está dispuesto a financiarlo con su petróleo (a los 49 dólares el barril en que se ha vuelto a colocar el crudo, bien puede hacerlo), es la unidad iberoamericana, bajo los principios que él denomina como bolivarianos, una mezcla de populismo izquierdista y de teología indígena, una reviviscencia de la teología de la liberación que ha regresado a Hispanoamérica.

El presidente colombiano, Álvaro Uribe, decidió perseguir a los guerrilleros colombianos, que pretenden convertir Venezuela en un santuario desde donde preparar las fechorías que perpetran en Colombia. Chávez ha acusado a Uribe, hombre de centro izquierda pero al que apoya Estados Unidos, de atentar contra ese proceso de integridad latinoamericana al perseguir a estos delincuentes en territorio venezolano, y Bogotá responde que Caracas mira hacia otro lado ante esta utilización delictiva de su territorio. Lo cierto es que a Chávez no le desagrada lo que él llama insurgencia colombiana, principalmente representada por las FARC, una guerrilla marxista que se ha convertido en la mayor multinacional del secuestro de personas, y que controla más del 20% del territorio colombiano.

Proyecto indigenista de Chávez, una especie de Unión Europea pero sin garantías democráticas. El brasileño Lula da Silva y el argentino Néstor Kirchner aprueban el plan de Chávez. No así Uribe y el presidente chileno Ricardo Lagos.