Acudo a la catedral de Barcelona donde paso unos días por motivos de trabajo. Obras de restauración patrocinadas por una gran empresa, sin duda obras muy necesarias.

Un amable -no un miembro de la curia- agente de seguridad me dice que tengo que pagar la entrada de 5 euros. Le explico que no vengo a ver el monumento sino a rezar en al capilla de Santísimo, ubicada a la derecha, según se entra. Me dice que aún así, debo pagar los cinco euros. Por cierto, un amigo más viajero que yo me asegura que no debo asombrarme: en la católica Italia esto pasa con todos los templos que aguardan un mínimo valor artístico, con guías que se quedan muy asombrados. Ni que decir tiene, que la mayoría de las catedrales fueron construidas para el culto pero son utilizadas como museos.

Días después acudo a la vecina Lérida, donde, directamente, el amigo Felipe V -el de muerte al Borbón, ése mismo- no se quedó muy contento con el apoyo de los leridanos a los enemigos y convirtió la maravillosa catedral que controla todo el contorno urbano, en un asentamiento militar. Ahora, simplemente está abandonada. Un par de siglos después, otros progresistas, aunque esta vez no Borbones, sino republicanos, no se decidieron a destruir una catedral que no era tal, sino del pueblo, por lo que decidieron llegarse hasta la llamada Seu Nueva y la incendiaron, al tiempo que daban el paseíllo a unos cuantos de cientos de enemigos de la República, es decir, curas y laicos católicos, todos ellos reaccionarios.

Últimamente, el claustro del llamado Castillo de Lérida, con forma de catedral, una maravilla artística, sirve para que las modelos de Custo Dalmau exhiban sus onerosas y horteras prendas. Custo es un hombre muy espiritual, sólo que no a la manera antigua.  

Estoy seguro que la parroquia necesita admirar los logros artísticos. Ahora bien, nuestros ancestros no esculpían las catedrales (una catedral es lo más parecido a esculpir la tierra) para admirarlas, sino para orar y para enseñar. Eso sí, tenían claro que Dios se merecía eso y mucho más, al igual que la transmisión de la fe. Las condiciones del gótico o del románico les preocupaban menos, entre otras cosas porque hacían arte gótico sin saberlo.

Y todo esto incide sobre la revolución eclesial pendiente: iglesias abiertas todo el día, el Santísimo expuesto todo el día -y la noche, si es posible- más confesiones y más eucaristías. El resto, vendrá por añadidura.

Eulogio López

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