Sr. Director:
Mi marido enfermó. Ignoramos qué le sucederá de aquí a unos años, lo único que sabemos es que la enfermedad avanza muy rápido y que esperamos que un nuevo tratamiento experimental surta efecto.
Me pregunto si es usted consciente del daño que hace con su nuevo estreno. Se equivoca si cree que no hace daño al sano o al desencantado, ni al que se ha abandonado o se rindió. Pero, desde luego, qué flaco favor le hace al que lucha por seguir viviendo, al que acepta su destino confiando en poder disfrutar, ya sea un poco, de esto que no se repite ya más, que es la vida. Resumiendo, usted insinúa que aquél acepta el sufrimiento e incluso al que ve un sentido en él es un necio. Vaya, que al final usted no ayuda más que a inflar su cuenta corriente a costa de personas desvalidas o simplemente infelices.
Pensaba que su pensamiento trasnochado desapareció junto con los regímenes totalitarios europeos pasados que los promovieron. Estimo ahora que no, tan sólo cobraron nueva forma.
Pero, sobre todo, me pregunto: ¿De dónde proviene su altanería a creerse en el derecho de promover el suicidio del débil o desvalido? Supongo que me considerará una boba por aplaudir a mi marido por su lucha y por estar cada día más orgullosa de él por su valor y su fuerza. Deje de insultarnos, a su pesar vamos a luchar, contra viento y marea, incluso contra aquellos que desean que nos deprimamos para así renunciar a aquello de lo que usted carece y que tanta falta le hace: esperanza. No sé si es consciente o no, pero nos está declarando la guerra.
Cristina Negro
crisneko@hotmail.com