Es un santo italiano del siglo V que no fue reconocido por sus padres a pesar de vivir con ellos diecisiete años en su misma casa. Hijo único de un rico y caritativo senador romano, huyó el día de la boda que le había dispuesto su padre. Embarcó hacia Siria y llegó a Edessa (Turquía) donde se dedicó a la oración y a pedir limosna para ayudar a los pobres. Alejo, uno de cuyos motores de su vida era permanecer ignorado, no pudo soportar la fama de santidad que le rodeó y a pesar de llevar ya diecisiete años en Edessa, embarcó para huir a Tarso. Los vientos le llevaron a Roma y Alejo, lleno de cariño, fue a ver a sus padres, ya mayores, que le tomaron por un mendigo y le permitieron vivir en el hueco de la escalera de su casa. Allí vivió otros diecisiete años rezando y mendigando. Un día le encontraron muerto con un pergamino en la mano donde les decía a sus padres quién era.
En nuestros días en que tantas cosas se hacen por aparecer en los medios de comunicación y tanto se aprecia el "famoseo", la enseñanza de San Alejo da que pensar.
(Las fuentes principales, que no las únicas, de las que se han tomado los datos para redactar
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Pilar Riestra