Christine Lagarde, presidente, o gobernador, del Banco Central Europeo (BCE), ha aprovechado su paso por el Parlamento europeo para volver a situarse enfrente de su segundo. Mientras Luis de Guindos habla de que ya estamos en la recta final de la subida de tipos, Lagarde, deshaciendo las mentiras de, mismamente, Nadia calviño, insiste en que la inflación subyacente no ha tocado techo (por ejemplo, los alimentos elaborados siguen carísimos y otros productos de primera necesidad también- y que, por tanto, habrá nuevas subidas de tipos de interés y el precio oficial del dinero alcanzará el 4%... o más.

Y además, luego está la bajada: ¿hasta dónde? Porque, independientemente de la inflación, resulta que la bajada también tiene que tener un límite. En otras palabras que el dinero no cuesta nada es un absurdo que no hace otra cosa que devaluar la economía mundial.

Asegura que la inflación subyacente aún no ha tocado techo, mientras su segundo, Luis de Guindos, insiste en que estamos en la recta final

Y sobre todo, lo más importante no es que los tipos suban porque el dinero ha de valer algo, sino que los bancos centrales abandonen una actitud mucho más nociva. la compra de deuda pública a los gobiernos de políticos irresponsables que se mantienen en el poder a costa de endeudar a la generación presente y a la futura. 

Eso sí, en lo que todo el mundo está de acuerdo es en que el BCE no puede seguir comprando deuda pública de políticos irresponsables

Ahora bien, el problema de fondo, y ahí puede que Lagarde se equivoque, radica en si la receta del BCE -subir el precio del dinero para controlar los precios- sirve para la inflación del siglo XXI. A lo mejor no se trata de subir los tipos sino de producir más. A lo mejor es que nos hemos acostumbrado a una economía subvencionada, es decir, teledirigida. La política agraria común (PAC) constituye el mejor ejemplo: cobramos lo mismo produciendo la mitad. Nos hemos acostumbrado a producir lo justo y la inflación más dura no la marca el precio del dinero sino la ley de la oferta y la demanda, la pulsión entre producción y consumo. Y cuando el aparato productivo se ha relajado, no es tan fácil ponerlo a máximo volumen de un día para otro. Si quieres que los precios no suban produce más y subvenciona menos.