El ministro de Consumo, Alberto Garzón, empieza a caerme simpático. Es un majadero con cierta gracia, salvo en el imposible caso de que alguien se crea lo que dice: eso no tiene gracia alguna. 

Garzón es como un universitario que se cree sus propias ensoñaciones adolescentes. En cualquier caso, una joya del pasado, aquellos lejanos tiempos en los que todo socialista tenía o creía tener una solución simple para cualquier problema complejo. 

Al menos, aquellos comunistas, con todas sus barbaridades, con todas sus aberraciones, estaban del lado de la vida y proponían sus sandeces con alegría porque creían de verdad que esas sandeces mejorarían la existencia de los hombres.

Garzón, con sus consejos -conejos extraídos de la chistera de su prodigioso magín-, me recuerda una de las múltiples trifulcas intelectuales que tuvieron el socialista George Bernard Shaw y el distributista cristiano Gilbert Chesterton, en aquellos tiempos felices, 100 años atrás, en que el cristianismo aún no había sido expulsado del debate público como hoy, y cuando, por tanto, había debate. 

Ocurrió más o menos así. Resulta que Shaw escribió lo siguiente, según la narración del biógrafo del Grupo de Oxford, Joseph Pearce: "Un Estado socialista haría trabajar a los vagos y pondría régimen a los gordos o les haría hacer ejercicio. Limitaría el número de jarras de cerveza que se permitiría beber en casa a cada uno. Educaría al individuo, en definitiva". 

¿Lo ven? Igualito que Garzón.

Chesterton respondió a Shaw con un dibujo titulado "Cuando estalle la revolución", en el que aparecía George Bernard Shaw atado a un farol, negándose a beber de una jarra que le ofrecían unos cuantos revolucionarios armados y furiosos que le rodeaban. Al pie del dibujo se podía leer: “el señor Shaw se niega a beber la sangre de los aristócratas. Protestando que es vegetariano y que se opone al maltrato de los animales inferiores. Le han matado".

Ni que decir tiene que el oponente Chesterton se convirtió en el gran defensor de Shaw y que al duro George sólo se le vio llorar una vez: en el entierro de su adversario Gilbert.

Nos burlamos de Alberto Garzón por dos razones: por sus tontunas manifiestas y porque los ministros están para eso: para ser objeto de ludibrio público, escarnio general y mofa sin límites. 

Sólo digo que el majadero de Alberto Garzón está de parte de la vida mientras que otros representantes de la izquierda española, por ejemplo, la cantinela llorona de su colega Irene Montero, no se sabe de qué parte está porque no hace otra cosa que quejarse.

Entre Garzón y la quejumbrosidad monteriana de mujer torturada por varón torturador, yo me quedo con la tontuna de la hamburguesa y el roscón de Reyes. 

Total, para el caso que le vamos a hacer. Además, nos sirve para hacer chistes y memes.

Viñetas Garzón