No creo que nadie dude de que la visión progre impera en el mundo. Nadie vive en progre porque el hombre no necesita dudas, sino certezas, pero todo el mundo quiere ser progresista, moderno, racional, lúcido, en una palabra, todo el mundo quiere ser estupendo. 

Sin embargo, no parece que el grado de felicidad del hombre del siglo XXI ande en máximos. Me voy a referir a dos contradicciones -lo sé, he seleccionado demasiado- del progresismo actual, ideología imperante, o la razón de por qué las cosas, como rezaba el antiguo principio de Peter, marchan siempre mal.

Todo esto se cura con un poco de buen humor, porque el buen humor nos devuelve el perdido sentido común. Ahora bien, si soy un progre, ¿por qué habría de sonreír? 

Primera contradicción progre:

1.El hombre es el culpable pero, al mismo tiempo, el hombre tiene derecho a todo, desde que le alimente el prójimo hasta cambiar de sexo si le viene en gana. 

Pero al mismo tiempo, es el culpable de todo, por ejemplo del apocalipsis climático que nos asola. Mejor: el hombre tiene derecho a todo, y ningún deber, pero la humanidad es culpable. ¿Quién es la humanidad? Por lo general, el vecino.

Lo cierto es que tenemos muchos deberes olvidados, el primero la gratitud por estar vivos. 

Lo cierto es que nuestros derechos ni tan siquiera son nuestros: nos han sido otorgados por naturaleza y dependen de nuestra libertad. Además, nos han impuesto unos deberes que llamamos ley natural. 

Resulta que negamos la ley natural y entonces todo nuestro entramado de derechos los tenemos que conseguir a golpes. Mala cosa, sobre todo para los derechos de los demás. 

Tenemos muchos deberes olvidados, el primero, la gratitud por estar vivos

2.Segunda contradicción: para salvar el planeta podemos y debemos fastidiar a la humanidad. De las dos proposiciones de la precitada ecuación sólo una es cierta: estamos fastidiando a la humanidad y sin embargo -a los informes apocalípticos de los ecologistas me refiero- el estado clínico del planeta no mejora. El paciente sigue en coma.  

La especie humana ha perdido el sentido común. Una de las características del sentido común es ir al origen de las cosas y de los fenómenos, porque si desconocemos el origen de algo tampoco entenderemos su funcionamiento. Esta regla sirve tanto para las cuestiones materiales -por ejemplo, económicas- como para las espirituales, sirve para lo natural y para lo sobrenatural. Verbigracia, el covid: si supiéramos -seguimos sin saberlo- su origen podríamos combatirlo mejor. 

Oiga pero, a todo esto, el origen del hombre es Dios y si todo acaba con la muerte no hay razón para la esperanza y, por tanto, no hay razón para la felicidad, y entonces nuestro buen humor resultaría vacuo, por mucho sentido común que le eches. 

Pues sí, pero yo me he mantenido a lo largo de este artículo en tono laico, un espejismo muy del hombre de hoy, convencido de que puede darle la espalda a Cristo y seguir actuando como si no pasara nada. Eso, no se lo digan a nadie, que hoy me toca escribir laico, no es posible.

No, el mal no siempre gana. El espejismo del hombre de hoy consiste en pensar que puede darle la espalda a Cristo y seguir viviendo: eso no es posible

En resumen, todos nuestros males se curan con un poco de buen humor, porque el buen humor nos devuelve el perdido sentido común. Ahora bien, si soy un progre, ¿por qué habría de sonreír? Es como el viejo chiste de la hiena de Jaimito: ¿De qué se ríe?

El mundo da asco y todo va mal pero irá aún peor. Y sobre todo, la humanidad y, como me dijo recientemente un periodista veterano, el mal siempre gana.

¿Comprenden ahora por qué, en el siglo XXI, las cosas van siempre mal? Pero la solución está al alcance de la mano, de cualquier mano.