La brecha abierta en la institución de la Corona en España, con la salida del país el rey emérito Juan Carlos I, permite imaginar varios escenarios, y ninguno bueno. No lo son, porque la Corona española es donde se fundamenta el origen de nuestra democracia y la que a lo largo de los años ha evitado que España se disuelva por la acción de nacionalistas egoístas, comunistas revanchistas y la inacción de otros que se autodenominan constitucionalistas para que se convierta en territorio comanche, donde las ideologías hagan pasto para alcanzar el poder de ciertos movimientos advenedizos de los últimos años y nos convirtamos en una república bananera.

Dicho lo anterior, no hace falta ser monárquico, y mucho menos borbonista, para pensar que España es posible sin la Monarquía constitucional que nos regula a todos. “Siempre nos queda la república” pensarán muchos, y yo digo “sí, pero no en España”, porque el concepto de república en España es la idea revanchista de la nefasta II República del 31, donde se hizo acopio de todos los posibles casos del mal (corrupción, violencia, trampas en las elecciones, asesinatos, anticlericalismo a fuego y sangre…), pero tan mal, tan mal, que la consecuencia de aquellos tiempos de paz y democracia que quieren vendernos los de la bandera tricolor, fue una guerra civil. Guerra Civil que la izquierda y la ultra izquierda (socialistas y podemitas) junto a los mercaderes nacionalistas, más la derecha blanda y cobarde de los populares no están dispuestos a olvidar, y quizá por eso votan sí a la Ley de la memoria histórica, la ley del cincuenta por ciento, porque se dejan una parte grande en el tintero que no quieren contar y que pretenden castigar a los que lo quieran hacer.

El concepto de república en España es la idea revanchista de la nefasta II República del 31, con la consecuencia de una Guerra Civil

El Rey Emérito, en lo personal, deja mucho que desear. Una vida crápula de la que sólo conocemos un poquito y el poder de su cargo que le abre las puertas de los negocios y los dormitorios en algunos hoteles de lujo. Mal, muy mal, el rey o quien sea, pero en el caso de una figura pública que es el referente moral de un país, tres veces mal. Pero en lo institucional ha contenido las ínfulas de poder de muchos, que sin él, España estaría borrada del mapa tal y como la conocemos. Pero lo que le ha sucedido al Juan Carlos I, es que no solo es un problema de vida personal, es que también en lo político ha pasado por todo porque ha firmado todas las leyes de reingeniería social que destruyen a los españoles y por lo tanto a la sociedad, es decir, a un país, es decir a España. Firmó el divorcio, firmó el aborto, firmó la ley de matrimonio homosexual y firmó la Ley de Memoria Histórica, que es la puerta de salida como lo hizo su abuelo Alfonso XIII. Juan Carlos el Campechano, pensaba que la Constitución le blindaba y que no pasaría nada, y en eso se equivocaba, porque como todos sabemos -por lo visto todos menos él- y es que las ideas y los actos tienen consecuencias.

La salida de Juan Carlos tiene billete de vuelta. Está anunciado que volverá en otoño, y yo soy de los que piensa que lo hará para ver en fila cero cómo ruedan las cabezas de los que le han llevado a su precipicio. Si alguien piensa que el Rey emérito, después de 40 años ejerciendo, cerrando negocios y contactos en todo el mundo, no tiene suficiente poder para una vendetta elegante de guante blanco, que vaya cambiando de idea. Y no sólo por motivos personales hará que paguen los que le odian, también lo hará porque deja a su hijo a los pies de los caballos. Felipe VI saldría de España con su padre y su mujer, y seguramente Leticia de presidenta de la III República española.

Firmó el divorcio, firmó el aborto, firmó la ley de matrimonio homosexual y firmó la Ley de Memoria Histórica, que es la puerta de salida como lo hizo su abuelo Alfonso XIII. Juan Carlos el Campechano, pensaba que la Constitución le blindaba y que no pasaría nada, y en eso se equivocaba, porque como todos sabemos -por lo visto todos menos él- y es que las ideas y los actos tienen consecuencias

Otros que siguen callados ante lo que sucede, sin prever lo que les puede llegar (otra vez), es la Iglesia. Desconozco la razón de este silencio oscuro y tenaz, pero sigo pensando que una voz autorizada de la Jerarquía debiera dar un paso adelante y pastorear valientemente a su rebaño. Sin entrar en política. Sin abrir viejas heridas. Sin fundamentalismos neocatólicos. Solo dando un respiro de esperanza a todos los católicos que les miran y solo ven un montón de señores callados que se ponen de perfil. Y eso no ayuda, ¡no ayuda nada…!

La prensa monárquica en la II República (Grafite) Cristina Barreiro Gordillo. Si hay un libro que hay que leer en estos días es precisamente este... Un libro adelantado a su tiempo (2004) pero que está de plena actualidad, teniendo en cuenta que artículos y columnas han escrito sobre el sucedido de Juan Carlos I y la prensa monárquica (ABC) y constitucionalistas (Mundo o País). Un análisis que bien merece la pena y que nos hará sonreír tristemente a más de uno.

Refundación soberana (Letras inquietas) Carlos Martínez-Cava. Interesante ensayo sobre la trayectoria de los últimos 40 años que han ido pábulo a políticos y sociedad sobre el sentido de la soberanía en España. La transición que surgió el el 78 y su procedencia de raíces conflictivas para converger en una Europa democrática y de bases socialdemócratas. Un verdadero sudoku de intereses que con sus luces y sus sombras nos ha traído hasta hoy.

La herencia de la revolución Rusa, 1917-2017 (Digital Reason) Vladimir Lamsdorff-Galagane. El nació en París en una familia rusa, emigrada tras la guerra civil y que terminó encontrándose en España. En este ensayo entre histórico y político, deja ver qué sucedió tras el derrocamiento del zarismo vía asesinato -firma indeleble del comunismo- qué sucedió después con una planificación del poder, la economía y la vida-muerte. Propongo este libro porque sin ser un fiel espejo de lo que sucede en España, si puede darnos una idea si derivamos hacia una política socialcomunista.