Estaba tan feliz el locutor de TVE que nos repetía, una y otra vez, que desde el viernes 25, mismamente, la eutanasia ya era legal en España. Oiga, y aprobada por mayoría en la Cámara de más de 200 escaños y, además, somos el séptimo país del mundo en hacerlo. En el gaymonio, otro avance de la progresía, fuimos cuartos, pero medalla de oro en permitirles la adopción; con la eutanasia, tenemos que conformarnos con el séptimo lugar, pero tampoco está mal. Es la España diversa.

Tan sólo otros cinco países en el mundo han legalizado esta repugnancia vital. Para celebrarlo gente triste, muy triste, muy mayor, se colocó ante el Congreso para celebrar la entrada en vigor de una norma tan vital. La pancarta principal aseguraba: “Mi vida es mía”.

Y ahí empezamos con los problemas, que no están en el término ‘vida’ sino en el posesivo ‘mi’. Porque claro, ¿dónde compró usted su vida?

El suicidio es el peor de los homicidios

Es posible que hace medio siglo no fuera preciso explicar esta obviedad pero ahora, en un mundo que corre muy deprisa hacia ninguna parte, parece ser que sí:

Cuando pase este tiempo de locura, volveremos a la ley natural, o sea a la sensatez. Esto es: la vida del hombre es sagrada desde la concepción a la muerte natural. Y, además, es un regalo. Nadie nos pidió permiso para aparecer en este mundo, sobre todo, para venir a la existencia. Así que nuestra vida no es nuestra, ni nuestro tiempo, ni nuestro sexo, ni nuestro futuro, ni tan siquiera si somos altos o bajos, guapos o feos, listos o tontos.

Nos dieron la vida sin pedirnos permiso y nos la quitarán en idéntica condiciones, sin pedirnos permiso. Ni somos señores de la vida ni, ojo, tampoco de la muerte. Por eso, desde que nació la civilización a aquel que se atreve a quitar una vida antes de tiempo -sea la suya o la de otro- se le llama asesino. Sí, la propia vida, también, de hecho, el suicidio es el peor de los homicidios.