Continúa la línea descendente del Covid en España y en todo el mundo. Descienden los contagios, creemos, descienden la ocupación hospitalarias -sabéis- y descienden los muertos, aunque estos con alguna resistencia a la baja.

Supongo que, entonces, ha llegado el momento de volver a la normalidad. Antes de nada, y para que nadie me tilde de conspiranoide -acusación que no me dejaría dormir-, aclararé que no sé si el virus surgió de forma teledirigida o espontánea.

Lo que sí tengo claro es que el poder, político y económico, así como el emergente poder sanitario (los médicos se han convertido en los sacerdotes del Dios-Salud) aprovechan la pandemia para someter a los individuos. Para que la persona se olvide de la libertad, existe un arma poderosísima: el miedo a la muerte.

Volver a la normalidad significa quitarse la mascarilla. En abierto, en cerrado y en mediopensionista: con bozal no va a haber normalidad. Y lo que pretenden esos poderes es la nueva normalidad, que es totalmente anormal y totalmente subnormal. La nueva normalidad consiste en reparos absurdos en el trato -el hombre es un ser social- y en costumbres que se convierten en manías.

La diferencia entre hábito y obsesión es que la costumbre va encaminada a un fin, las manías sólo son espasmos propios de mentes dañadas.

Y hay que volver a lucir corbata sí, muy buenas para no coger resfriados en invierno. Es sólo un ejemplo pero no resulta baladí: lo que quiero decir es que, si antes del 14 de marzo de 2020 lucías corbata, ahora también debes hacerlo… para volver a la normalidad. Y si antes calzabas zapatos de cuero y no deportivas… ahora debes volver al zapato.

Y si no, pues no habrá normalidad, te habrás convertido en una caricatura de lo que eras.