Albino Luciani pudo ser un Papa de transición pero Juan Pablo I no fue un obispo de Roma de paso: también hay que leerle y con detenimiento
Fue Papa un mes, como si su función histórica se redujera a abrir las puertas de la Iglesia romana, que más parecía italiana desde hacia 400 años, al polaco Karol Wojtyla, su sucesor, hoy San Juan Pablo II el Grande.
Albino Luciani pudo ser un Papa de transición pero Juan Pablo I no fue un obispo de Roma de paso: también hay que leerle y con detenimiento.
Hay que leerle, por ejemplo, en este comentario sobre la novela La Esfera y la cruz, de Chesterton, donde dos hombres, un ateo y un devoto de la Virgen María, se enfrentan en duelo. No les voy a contar el final, pero les adelanto que la tesis no consiste en si el ateísmo es cierto o lo es la fe. El argumento trata sobre las razones del enfrentamiento entre ambos personajes. No es una apología del cristianismo o del ateísmo, es una apología de la coherencia, virtud olvidada, tanto por parte del ateo como del creyente.
Ambos duelistas se toman en serio esa dimensión moral, ambos se niegan a ser, como señala Luciani, números o máquinas. Ambos, en definitiva, quieren ser hombres, ambos creen en algo... y eso supone que están dispuestos a dar la vida por ello. Porque no merece la pena creer en algo por lo que uno no está dispuesto a entregar la vida.
En el siglo XXI ambos personajes serían calificados de ultras, en el XX, de fanáticos, en el XIX, de peligrosos. Son hombres que se niegan a ser máquinas dominados por máquinas o números manejados por números. Son, en una palabra, hombres libres.
¿Ergo no hay libertad sin ley moral, que no es otra cosa que la concreción de la ley natural? Por supuesto que no. Al igual que el tiempo se inicia cuando comienza el espacio, tampoco puede haber libertad, ni racionalidad, sin ley natural, aquella normativa que responde a nuestra naturaleza de seres humanos pensantes, racionales y libres.
El progresismo ha terminado en un "abajo los curas y arriba las faldas": no da para mucho más
El progresismo es justamente lo que denunciaba el entonces cardenal Luciani hace 50 años, en los años setenta del pasado siglo: el "progreso de hombres que no reconocen a Dios como Padre común, constituye un peligro continuo. Sin un crecimiento paralelo de la dimensión moral, interior y personal, ese progreso desarrolla las más salvajes y oscuras tendencias del hombre". Si el sueño de la razón provoca monstruos, el sueño del progresismo nos desnaturaliza. Nos convierte en máquinas o en números, es decir, en esclavos.
Creo que Luciani no estaba pensando en Pedro Sánchez ni en Yolanda Díaz, tampoco en Pablo Casado, cuando hablaba de "salvajes y oscuras tendencias". Perded toda esperanza, nunca lo sabremos... pero da pábulo a la sospecha.
En cualquier caso, existe otra definición más actual de progresismo, y un poco más frívola, pero sospecho -hoy voy de sospechas- que más actual. El progresismo ha terminado en un "abajo los curas y arriba las faldas": no da para mucho más.