El ejercicio puede tener un papel importante y diferencial en el diagnóstico, tratamiento y seguimiento de numerosas patologías cardiovasculares. Una de las pruebas más empleadas en la detección de problemas cardiacos es la ergometría, que se basa en el hecho de que con la actividad física el organismo necesita más energía, por lo que el corazón debe aumentar su capacidad de bombeo de oxígeno y nutrientes como la glucosa y los ácidos grasos a nuestros músculos (procedentes de las grasas, hidratos de carbono y proteínas que ingerimos en nuestra dieta y/o que presentamos como reserva en nuestro organismo) - hasta 12 veces en un sujeto normal, hasta 30 veces en sujetos entrenados. En esta prueba, mientras se somete al paciente a un trabajo adicional, se monitorizan: su corazón, mediante un electrocardiograma, su tensión arterial y la saturación de oxígeno, para desenmascarar problemas cardiacos que no son evidentes con el sujeto en reposo. Pero, ¿qué pasa cuando el paciente en estudio es un niño? Actualmente hay pocos hospitales que realicen este tipo de pruebas en población pediátrica, y cuando esto sucede suelen realizarse en los servicios de adultos de hospitales de baja complejidad, no se realizan hasta que adquieran una edad mayor o incluso son derivadas a otros centros. Más difícil aún es encontrar a pediatras especialistas en Cardiología a cargo de estas pruebas funcionales de ejercicio controlado y cuantificable -y, por tanto, reproducible- para estudiar la respuesta del sistema cardiovascular a una situación de máximo esfuerzo.

Una de las utilidades más importantes de la ergometría es el diagnóstico y seguimiento de las arritmias, la isquemia coronaria o la respuesta tensional 

En ese sentido, el Hospital Universitario Infanta Elena de Valdemoro, integrado en la red sanitaria pública madrileña, acaba de poner en marcha una consulta de ergometría pediátrica para satisfacer esta necesidad en pacientes pediátricos con enfermedad cardiovascular. “Las causas más frecuentes son las afectaciones congénitas (comunicación interventricular, interauricular, ductus, estenosis pulmonar, coartación aórtica, tetralogía de Fallot, estenosis aórtica…), seguidas de las adquiridas, bien de origen infeccioso o genético (endocarditis, pericarditis, miocarditis, miocardiopatías, Kawasaki, etc.) o secundarias a tóxicos o arritmias, con base estructural o funcional (alteraciones del ritmo cardíaco, etc.)”, explica el Dr. Francisco José Martín, cardiólogo pediátrico del centro y responsable de esta nueva unidad.

Una de las utilidades más importantes de esta prueba es el diagnóstico y seguimiento de las arritmias (extrasístoles, taquicardias ventriculares, supraventriculares, síndrome de QT largo, preexcitación…), la isquemia coronaria (Kawasaki, miocarditis) o la respuesta tensional (patología aórtica o pulmonar, hipertensión arterial, ateroesclerosis).

En esta prueba se monitorizan: el corazón, mediante un electrocardiograma, la tensión arterial y la saturación de oxígeno, para desenmascarar problemas cardiacos que no son evidentes con el sujeto en reposo.

“En otros casos sirve como screening de motivos tan frecuentes de consulta como el dolor torácico, el síncope (pérdida de conocimiento), las palpitaciones o la bradicardia/taquicardia”, señala el especialista del Infanta Elena que destaca otra utilidad bien conocida de la ergometría: la medida de la capacidad funcional de los niños, tanto en población sana como en pacientes cardiópatos, valorando la idoneidad de la práctica deportiva habitual o de alto rendimiento (incluso en pacientes cardiópatas), incluyendo los datos necesarios para prescribir ejercicio controlado o según qué objetivos en ambos grupos (límites de frecuencia cardíaca, etc).

“Asimismo”, apunta el Dr. Martín, “otra población diana para estas pruebas funcionales son los niños obesos, puesto que sirve para evaluar su tolerancia individual al ejercicio y su progresiva mejoría en relación con la pérdida de peso”.

¿En qué consiste?

La prueba se realiza por un cardiólogo pediátrico y una enfermera entrenada para ello y su duración es variable según cada caso. Cuando el paciente llega a la consulta, se revisa su información clínica y se le realiza una breve exploración física. Una vez que el paciente está y permanece monitorizado, se comienza con el ejercicio. La forma en que este progresa no es arbitraria y sigue un procedimiento, siendo el más utilizado el protocolo de Bruce, según el cual cada tres minutos se aumenta la velocidad de la cinta y la pendiente.

Actualmente hay pocos hospitales que realicen este tipo de pruebas en población pediátrica y, cuando esto sucede, suelen realizarse en los servicios de adultos de hospitales de baja complejidad

Durante la prueba los profesionales vigilan y monitorizan continuamente el electroecocardiograma y toman periódicamente la tensión arterial del paciente, observando su grado de cansancio, analizando los comentarios que éste hace de sus sensaciones (nivel de cansancio, presencia de dolor torácico, falta de aire, dolor muscular…) e interrumpiendo la prueba si el sujeto así lo desea por cualquier motivo.

Como parte de los beneficios, el Dr. Martín también comenta las escasas contraindicaciones y las muy poco frecuentes complicaciones de esta prueba, con un alto grado de satisfacción por parte de niños y padres, que vuelven a la práctica deportiva habitual sin generar ansiedad familiar. La prueba  es indicada específicamente por el cardiólogo pediátrico, y en la que los cuidados de enfermería resultan igualmente imprescindibles, tanto en el seguimiento de la prueba como para ofrecer la tranquilidad y seguridad necesaria para obtener la colaboración y confianza del paciente.