Yolanda Díaz después de estar casada veinte años con su compañero, -que así llaman las progresistas a sus maridos- ha descubierto que se llevan tan bien y se quieren tanto, que no ha tenido más remedio que divorciarse
Y el personaje de la semana es… Yolanda Díaz Pérez, Vicepresidenta segunda del Gobierno, ministra de Trabajo y Economía social y también de los Espacios Siderales y de la Secretaría General del que si patatín y del que si patatán; será por títulos…
Hoy encumbro a Yolanda Díaz a lo más alto de la popularidad de los últimos días porque se ha divorciado. Y si algún lector quisquilloso y un poco facha está pensando que lo de divorciarse no es mérito suficiente de la Vice, porque lo del divorcio es muy vulgar, ya que en España la gente se divorcia a cascoporro..., se equivoca.
Lo de Yolanda Díaz es distinto, ella no es de las del montón y su divorcio no tiene nada que ver con el resto de los divorciados, o al menos esa es la impresión que se saca tras leer la noticia de su divorcio. Según esas informaciones almibaradas, Yolanda Díaz después de estar casada veinte años con su compañero, -que así llaman las progresistas a sus maridos- ha descubierto que se llevan tan bien y se quieren tanto, que no ha tenido más remedio que divorciarse. Y no me digan que un divorcio tan original como este, no es mérito suficiente como para concederle un premio de popularidad.
Lo de Yolanda Díaz es distinto, ella no es de las del montón y su divorcio no tiene nada que ver con el resto de los divorciados
Claro, que también pudiera suceder que Yolanda Díaz no esté diciendo la verdad, porque la realidad del divorcio es algo muy distinto a un tarro de miel. Sin ir más lejos Ágatha Ruiz de la Prada estuvo más en lo cierto al definir esa situación, cuando afirmó que Pedro J. le había hecho una putada. Es más, yo sospecho que si el CIS de Tezanos hiciera una encuesta para averiguar cuál es la causa del mayor sufrimiento moral de los españoles, el divorcio se proclamaba campeón por encima del paro y de la enfermedad.
Hace unos días, la prensa publicaba lo que una mujer, a la que le había dejado su marido, escribía en su cuenta de Instagram. Según lo iba leyendo, al principio me invadió un sentimiento de compasión, que se fue transformando en admiración, porque alguien que es capaz de escribir esas líneas es una persona de mucha categoría. Les copio lo que yo leí, y ya les diré en este artículo el nombre de la autora. De momento, traten de averiguar quién escribió esto:
“Despedí 2018 llorando sabiendo que perdía al amor de mi vida. Le lloré todos los días, tardes y noches. Le supliqué mil perdones y deseé cada hora su vuelta. Centenares de noches en vela. Sufrimiento inconmensurable. Aislamiento del mundo. Dolor a la gente que me rodeaba. Incomprensión del prójimo, terapias y medicación. Discusiones sin fin. Dolor, dolor y más dolor. He despedido 2019 llorando sabiendo que ya no podré recuperarle”.
El divorcio es sumergirse en un pozo de dolor para los esposos. Para los hijos una tortura. Los desequilibrios de los hijos de los divorciados producen en estas criaturas una situación de desamparo y abandono “en la evolución del ego”, en expresión de Freud (1856-1939), que nosotros podemos traducir como “en la evolución de la personalidad” de estos niños.
El divorcio es sumergirse en un pozo de dolor para los esposos
Pues bien, dichos niños viven esta situación como una quiebra, como una ruptura en la evolución de su ego. Y ese ego quebrado les impide instalarse en el entorno social, porque han perdido su estructura interior. Porque al ser menores no tienen capacidad de abstracción para comprender esa ruptura, por su corta edad no pueden comprender que sus padres, sus dos columnas de referencias se hayan derrumbado.
Y esta ruptura tiene necesariamente consecuencias que se pondrán de manifiesto no de inmediato, sino a medio plazo. Por eso al separase los padres suelen decir que todo va bien y que a los niños no les afecta y que llevan muy bien la separación; pero esa calma y esa bondad es la que aprecian los padres separados desde su observación, que es muy sesgada, por la propia justificación de lo que han hecho.
Sin embargo, a medio plazo ya empiezan a pasar cosas y como consecuencia de ese impacto surgen tres modalidades en las conductas de los niños. La primera es la vivencia del ego en forma defensiva. En este caso los niños para negar y huir de ese dolor, que es profundo y que no tienen capacidad de reflexión ni de abstracción, reaccionan atacando a los demás. Empiezan siendo niños agresivos con los padres, pero sobre todo se manifiestan así en el entorno escolar. Atacan como mecanismo de protección de sus debilidades y de sus miedos, lo que les llevará a construir en la juventud una personalidad narcisista y egocéntrica.
La segunda modalidad es el ego con temor al abandono. En este caso el menor interpreta su situación como si él hubiera sido un ser de desecho por parte de aquellas personas que él esperaba que le tenían que acoger y amar incondicionalmente. Y en este caso nos encontramos con niños contrarios a los de la primera modalidad; si aquellos eran niños defensivos, estos son niños sumisos, dependientes y evolucionan hacia personalidades ansiosas y depresivas.
El menor interpreta su situación como si él hubiera sido un ser de desecho por parte de aquellas figuras que él esperaba le tenían que acoger y amar, incondicionalmente
La tercera modalidad es el ego mixto, ya que pueden empezar siendo niños defensivos y acabar siendo temerosos. Viven la separación de sus padres como una escisión, hay una ruptura neurótica entre el ser lo que realmente son y el ser que querrían ser. Esta fractura en esa incipiente personalidad del menor nos da niños cambiantes, vulnerables, muy sensibles, de mucho llanto, grandes buscadores de vínculos. Y todo esto deriva en trastornos esquizotípicos de la personalidad.
Pero además de las teorías de Freud, podemos analizar estas conductas desde la perspectiva más filosófica, desde el sentido vital y el proyecto de vida. En este caso volvemos a encontrar a los niños en una disyuntiva, en una dualidad patológica; los menores entran en conflicto entre lo que hacen y lo que son. Se queda comprometida la ética y se ve suspendida porque en la imitación de los padres se ha producido una ruptura. Lo que sucede es que nuestra primera imitación necesita asirse a unas figuras potentes como son los padres y esa imitación se rompe, algo así como un espejo que ha sufrido una ruptura y entonces el niño se ve en trozos separados.
Los niños comienzan por la fase de admiración de los padres, porque para ellos son un ejemplo sólido y firme, aunque para la sociedad sean unas personas desastrosas; no importa que el padre sea un traficante para que sea para el hijo objeto de admiración, eso es así por el hecho de ser su padre. Y lo que sucede es que al separarse los padres la admiración muta en ambición. Y entonces el niño ya no ve a sus padres como un modelo, sino como una fuente de satisfacción de sus deseos y caprichos. De este modo comienza el juego con su padre y su madre a ver a quien manipula más para que les satisfaga sus deseos. Esta personalidad entenderá el amor como el uso de un objeto, es decir se relacionará con los demás por el interés, no por ninguna vinculación afectiva, por haber construido una personalidad profundamente interesada.
Solo cuando desde pequeños nos enseñan a aceptar y a manejar las normas, nos podemos comprometer con la vida y podemos integrar una personalidad adaptativa y saludable
El último aspecto más evidente y contrastado es la dificultad que tienen estos niños para aceptar las normas y los límites que conducen a la persona al ejercicio de la libertad responsable. Al tener los padres criterios diferentes, el niño integra las normas como opuestas a la libertad, es que no me dejas hacer esto, no puedo hacer lo otro…Y ahí comienza el gran fracaso personal, social y académico. Solo cuando desde pequeños nos enseñan a aceptar y a manejar las normas, nos podemos comprometer con la vida y podemos integrar una personalidad adaptativa y saludable.
Y ahora bien, ¿quién tiró la primera piedra contra la familia? El divorcio en España no lo trajeron ni los socialistas ni los comunistas. En el programa de la UCD de Adolfo Suárez (1932-2014) para las elecciones de marzo 1979 se incluía la propuesta del divorcio, que según se podía leer literalmente -no me invento nada- en su programa, estaba justificada por “el principio de libertad religiosa y el pluralismo democrático proclamados por el Concilio Vaticano II…” Así es que rociada con agua bendita la propuesta del divorcio, lo suyo era que el ministro de Justicia que se iba a encargar de desarrollar aquello fuera un católico oficial como Íñigo Cavero (1929-2002), quien encargó a otro católico oficial como Eugenio Nasarre (1946-2024) la redacción del primer borrador. Querido lector ¡Qué cosas nos han pasado, sin darnos cuenta…!
El argumento falaz que utilizaron entonces los católicos de la UCD fue el siguiente: el divorcio no ataca a la familia, ni mucho menos, porque solo pretendemos dar solución a esas situaciones excepcionales de matrimonios insufribles…
El ministro de Justicia que se encargó de desarrollar el divorcio fue un católico oficial, como Íñigo Cavero
El problema es que los experimentos sociales no son como los del laboratorio de química, cuyos resultados suelen ser inmediatos. Pero después de más de cuarenta años ya tenemos suficientes datos como para que alguien haga esta propuesta: “ante tanto dolor causado por el inmenso número de tantos divorcios insufribles, vamos a volver a la familia natural y al matrimonio indisoluble”. Y si el que se anima a hacer esta propuesta es un político católico que no le de vergüenza de ponerla bajo la protección de Jesús, María y José, porque los católicos no tenemos otro modelo de familia que la Sagrada Familia de Nazaret.
Perdón, que casi se me olvida. La autora del texto es la filóloga Mireia Varela, y lo escribió cuando su esposo, el diputado de Ezquerra Republicana, Gabriel Rufián, la dejó por la jefa de prensa del grupo parlamentario del PNV.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá