A la izquierda Cristina Berenguer (portada del libro La esperanza tiene un nombre. Una mujer en la Guerra Civil Española) y a la derecha su hija Cristina Falk de pequeña
“Lo que me ha sorprendido de esta película es que en el bando republicano también había checas…” Este fue el comentario que le hizo una alumna a un profesor a quien yo conozco. Mi amigo le había puesto como trabajo comentar la película “Rojo y Negro”, dirigida por Carlos de Arévalo. Por cierto, una película muy recomendable, que se puede ver todavía en internet.
Y me comentaba mi colega que “la sorpresa” de su alumna era el resultado de la manipulación a la que están sometidos los alumnos en el bachiller, no solo en los institutos, sino hasta en algunos colegios concertados y privados. Por eso, al comentar la película, la alumna daba por supuesto que siendo malas las checas, eso tenía que ser cosa exclusiva de Franco y que, por lo tanto, lo que le sorprendía es que en la película apareciera una checa en la España republicana.
Y me confesó mi amigo que ante semejante comentario se dirigió a su alumna y con todo respeto por su alumna, pero sobre todo por la verdad de la Historia, le dijo que retirara lo de “también”, porque durante la Guerra Civil las checas solo existieron en la retaguardia de la zona republicana.
Al comentar la película 'Rojo y Negro', la alumna daba por supuesto que siendo malas las checas, eso tenía que ser cosa exclusiva de Franco y que, por lo tanto, lo que le sorprendía es que en la película apareciera una checa en la España republicana
Por estas circunstancias y en la medida de nuestras posibilidades, para paliar el desconocimiento histórico y hacer frente a la manipulación, la Editorial San Román -que yo dirijo- está publicando una colección que se titula “Testigos de la Guerra Civil Española”. Ya han visto la luz los dos primeros títulos de dicha colección, Paloma en Madrid y Profanación de la clausura femenina, que en su día comenté en esta sección de Hispanidad. Y esta semana acaba de aparecer el tercero: La esperanza tiene un nombre. Una mujer en la Guerra Civil española.
La autora de este tercer título es Cristina Falk, una española que cambió su apellido -Villacañas- al casarse con un catedrático de Alemania. Cristina Falk nació el mes de septiembre de 1936 y le precedían dos hermanos de cuatro y dos años. En agosto de 1936 detuvieron a su padre, Julio Villacañas, le llevaron a la Cárcel Modelo y fue asesinado en Paracuellos el 7 de noviembre de 1936.
La esposa de Julio Villacañas, Cristina Berenguer, no conoció el final de su marido hasta que acabó la guerra, y vivió durante toda la contienda con la esperanza de que fuera verdad lo que decían de que a los presos de Madrid los habían trasladado a Valencia. Así es que se quedó sola y al cuidado de sus tres hijos, además de su padre y de su madre ya ancianos. Cristina Berenguer recorrió con los cinco diversas localidades de la España roja para poder sobrevivir.
Años después, Cristina Berenguer escribió sus memorias en unas cuartillas para uso familiar, y con estos papeles y los recuerdos que Cristina Falk tenía de lo que le había dicho su madre, ha escrito este libro que se lee de un tirón por el interés de lo que cuenta y porque tiene una prosa cuidada y elegante.
“Todo lo que he escrito en este libro es verdad”, afirma Cristina Falk. Y nos explica que el libro lo ha redactado en la madurez de la vida. “Lo he llevado dentro de mí algunas décadas, -confiesa la autora-. Dado que vivo en el extranjero, en Alemania desde los años sesenta, llevo muchos años pensándolo y reviviéndolo. Es un pedazo mío que, por fin, ahora que tanto se habla de «la memoria histórica» ha salido a luz. Es la memoria histórica de mi familia. Es mi memoria”.
El texto de Cristina Falk tiene un valor añadido en las notas escritas por José Manuel de Ezpeleta, que es sin duda es toda una autoridad reconocida en la Historia de la Guerra Civil en Madrid. Las notas a pie de página de Ezpeleta ayudan a situar en su contexto la narración de Cristina Falk. Ezpeleta además de las notas escribe una introducción.
El contenido de La esperanza tiene un nombre. Una mujer en la Guerra Civil Española, a juicio de Ezpeleta, está repleto de valor, entereza, sufrimiento, penalidades y esperanza. Pero la protagonista de este relato es sobre todo una mujer de fe
El contenido de este libro, a juicio de Ezpeleta, está repleto de valor, entereza, sufrimiento, penalidades y esperanza. Pero la protagonista de este relato es sobre todo una mujer de fe. Es especialmente emocionante el capítulo en el que se narra el bautizo de la niña. Asesinados los curas de su parroquia, destruida la iglesia de su barrio y desatada la persecución religiosa contra los católicos que llevaron a cabo los socialistas, los comunistas y los anarquistas, la abuela bautizó en casa a su nieta, sostenida en brazos por la madre de la niña. La ceremonia estuvo presidida por una imagen de la Virgen, heredada en la familia desde el siglo XIX. Una vez que acabaron de bautizar a la niña envolvieron la imagen con tres capas de sábanas, la recubrieron de arpillera y la enterraron en la carbonera.
Cristina Berenguer, con sus hijos y con los abuelos, logró salir de Madrid y se refugió en Montalbanejo, un pueblecito de Cuenca dominado por el terror del alcalde perteneciente a la UGT. La destrucción, el robo y el asesinato eran los métodos con los que este socialista tenía aterrorizada a toda la comarca, quien al comprobar que Cristina Berenguer no era de los suyos, le ordenó que abandonara Montalbanejo.
Cristina pensó que se hundía el suelo que pisaba, tenía tres niños pequeños y dos ancianos que estaban enfermos y además la pequeñina había cogido desde hacía días un resfriado tremendo, con fiebres muy altas y era motivo de gran preocupación. Era imposible salir de repente. Y fue en la oración donde la joven madre encontró fuerzas. Así lo cuenta el libro: “Cristina pasó la noche sin dormir. Después de dar vueltas en la cama, sacó de su bolso un pequeño cuadrito de Jesús de Medinaceli que siempre llevaba consigo, se arrodilló y empezó a rezar. Así se pasó la noche.
Al día siguiente, decidida, entró en el nuevo domicilio del alcalde y preguntó si podía verle. Que quería hablar con él. Sorprendidos la dejaron pasar. Él permaneció sentado y ella se quedó de pie delante de su mesa.
—Señor alcalde —dijo ella cortésmente, pero con aplomo en la voz—. ¿Quería usted verme? Siento mucho no haber estado en casa cuando vino, pero ¿Qué es lo que me quería usted decir, incluso acompañado de guardias armados, no como si fuera usted a hablar con una mujer sino con un peligroso delincuente?
El hombre hizo un gesto de impaciencia, pero ella continuó:
—¿Es que tiene usted miedo de mí o quizás de mis tres niños pequeños o de mis padres?
—No, naturalmente que no —la interrumpió él—, pero usted sabe exactamente por qué. Ustedes no tienen derecho a quedarse aquí más tiempo, malgastando nuestra hospitalidad. Hay otra gente que tiene más derechos que ustedes.
—Sí, —dijo Cristina— si pienso en nuestra situación: joven madre con dos ancianos padres y tres niños pequeños…, no me puedo imaginar que haya muchos fugitivos que tengan más derechos a asilo que nosotros. Mi niña lleva días muy enferma. ¿Tiene usted niños, señor alcalde? Sí, ya lo sé que usted tiene dos niños. ¿Han estado alguna vez enfermos? Y sobre todo, ¿están sus niños en el partido político que usted considera el bueno? ¿Habla usted con sus niños sobre la política que hay que tener? ¿Qué opina usted?
Aquí notó que la voz le temblaba, pero trató de controlarse para no llorar. Movió un poco la cabeza y con este movimiento se le relajó un poco el nudo en el cuello. Le miro a la cara y vio como sus ojos se enrojecían y su expresión adquiría una especie de calor. “Ya lo tengo”, pensó con alegría.
—¡Hum! —carraspeó él por fin— claro que los niños no saben de política. Pero aquí no se pueden quedar. Por lo menos no a largo plazo. Os puedo dar como mucho dos semanas de plazo para que os marchéis.
Ya está otra vez hablándome de tú, pensó ella.
—No, —le interrumpió ella— demasiado corto plazo. Dame por lo menos un mes. Te prometo, compañero que en un mes sabré donde ir y que ya nos habremos marchado.
—De acuerdo —dijo el alcalde—. Aquí tu documentación. Salud compañera y buena suerte.
—Salud y gracias —dijo Cristina.
Y al salir de la casa ni siquiera notó que estaba lloviendo a mares. Echó sus pensamientos al cielo en una jaculatoria: “Gracias por tu ayuda, Señor”. Y se sintió más fuerte que nunca en su vida”.
Desde Montalbanejo se trasladó a Barcelona en un viaje que duró varios días, porque los frentes de la guerra interrumpían el camino directo. Allí tenía familia que le ayudó, pero la vida tampoco le fue fácil y de nuevo la fe le empujó a seguir adelante.
Se instaló primero en Arenys de Mar. Un día fue a comprar unas tazas de loza. Ella no sabía que el dueño de la tienda practicaba una religión de catacumba y que conocía las creencias religiosas de Cristina Berenguer. Aquel buen hombre le invitó a pasar al almacén y esto fue lo que encontró al correr una cortina: “Era una pequeña alcoba, que comunicaba con ese almacén. Este cuartito pequeño se encontraba separado del otro por una cortina. Al correr la cortina, vio apoyada en la pared una bonita cómoda antigua. Ahora se había convertido en un altar. Encima de la cómoda se encontraba una custodia expuesta con el Pan Eucarístico. A los dos lados de la custodia estaban velas encendidas. Delante del altar había un reclinatorio. Por lo demás, nada y nadie más.
Cayó de rodillas, mientras las lágrimas le mojaban la cara. ¡Qué sorpresa y que emoción! Habían pasado más de 18 meses desde que había podido rezar la última vez en una iglesia. ¡En este tiempo habían pasado tantas cosas! Los hombres en la cárcel, el nacimiento de la niña, la huida de Madrid, las enfermedades, el hambre, la muerte de la madre, la incertidumbre…
Juntó las manos en oración y allí delante de su Dios pudo por fin, por fin, rezando quejarse de su situación, y rezando pedir y rezando llorar y por fin rezando encontrar consuelo.
No sabía después cuanto tiempo había pasado allí arriba, pero este rato de oración le dio la fuerza necesaria para continuar viviendo ella y sus hijos”.
El final del libro es sorprendente, pero no se lo voy a contar. Eso es mejor que lo lean ustedes, cuando adquieran el libro y así de paso ayudan a la editorial San Román a sacar adelante este proyecto, porque como pueden sospechar para este tipo libros no hay ni subvenciones ni ayudas del Gobierno. Los socialistas actuales están en las antípodas de la verdad y de la libertad, los sucesores de los que persiguieron a Cristina Berenguer se han atrincherado en una zona a la que llaman “Memoria Democrática”, para tapar sus crímenes y la derrota que sufrieron en su intento de arrancar la religión católica de España.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.