Cuando la enfermedad solo está en una rama del árbol, se corta y como efecto de la poda los brotes crecen con más fuerza. El problema es cuando el mal afecta a la raíz porque, de progresar, ese árbol ya no tiene otro destino que el fuego de una buena chimenea.

Y yo no sé si nuestra sociedad está afectada en sus ramas, en el tronco o en su raíz, pero lo cierto es que presenta un aspecto muy poco saludable. Dicen algunos que tenemos un problema de identidad y no les falta razón. Comentan otros que el Gobierno de Sánchez se mantiene a costa de destruir la nación española, y están en lo cierto… Y ante tanta calamidad algunos invocan una España que, a mi juicio, no tiene nada que ver con la Hispanidad.

Es el momento de hablar de la Hispanidad, porque la derecha pagana y los católicos moderaditos, que vienen a ser una misma cosa, proponen una España sin alma, una España falsa

Por esta razón, y con motivo de la celebración del 12 de octubre, este domingo es una buena oportunidad para dedicar este artículo a decir en qué consiste la Hispanidad, porque la derecha pagana y los católicos moderaditos, que vienen a ser una misma cosa, proponen una España sin alma, una España falsa, de modo que el remedio viene a ser peor que la enfermedad.

En el siglo XIX aparecieron escritos acerca del ser de España, entre los que destacan los de Jaime Balmes (1810-1848). Y, posteriormente, durante la Segunda República, Ramiro de Maeztu (1876-1936) publicó una serie de artículos en la revista Acción Española, que recopilados en forma de libro vieron la luz en 1934 bajo el muy conocido título de Defensa de la Hispanidad.

Sin embargo, a mi juicio, la exposición más clara, brillante y breve de la Hispanidad es la de Manuel García Morente (1886-1942). Su aportación se titula Idea de la Hispanidad, se gestó al otro lado de Atlántico y nació en la editorial Espasa-Calpe. Durante los dos primeros días de junio de 1938, García Morente pronunció unas conferencias en la Asociación de Amigos del Arte de Buenos Aires, que ese mismo año se publicaron en España.

García Morente era hijo de un médico formado en Francia y de Casiana Morente, una piadosa madre de familia, que le trasmitió la fe. Su madre murió cuando él tenía 9 años, y a los 14 perdió la fe. Siguiendo la tradición familiar, entre 1894 y 1903 fue alumno interno del Liceo de Bayona (Francia) y posteriormente, hasta 1905, estudió Filosofía en la Universidad de la Sorbona de París, donde se licenció.

Regresó a España, donde obtuvo una nueva licenciatura de Filosofía en la Universidad Central de Madrid, donde ganó una cátedra y fue decano de la Facultad de Filosofía y Letras desde 1932 a 1936.

Filosofía y Letras

Manuel García Morente fue el impulsor de la construcción de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, primer edificio levantado de la recién creada Ciudad Universitaria. El edificio fue inaugurado el 15 de enero de 1933. Las obras las realizó en un tiempo récord la constructora del empresario Félix Huarte (1896-1971), a cuyo archivo personal pertenece esta fotografía aérea de la Facultad de Filosofía y Letras cuando fue terminada.

Ortega y Gasset juzga su gestión en el decanato en una carta que escribió a Victoria Ocampo el 23 de marzo de 1937, con estas palabras: “García Morente ha sido quien ha fraguado la Facultad nuestra en Madrid, la cual, ahora que no existe, me atrevo a decir que era una verdadera maravilla, en ciertos aspectos, algo hoy sin par en todo el mundo”. En efecto, durante su decanato fueron profesores de esa Facultad entre otros, además de Ortega y Gasset, Menéndez Pidal, Américo Castro, Claudio Sánchez Albornoz, Lafuente Ferrari, Julián Besteiro, Zaragüeta, Zubiri y Miguel Asín Palacios.

Se convirtió cuando se encontró con Jesucristo en su habitación de París: “Allí estaba Él. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí

El Frente Popular le cesó como decano y le expulsó de su cátedra, al igual que hizo con otros intelectuales que también fueron cesados como Gregorio Marañón, Ortega y Gasset, Claudio Sánchez Albornoz... Emigró entonces a París, y estando en esa ciudad, en su habitación en la noche del 29 al 30 de abril de 1937, se encontró con Jesucristo: “Allí estaba Él —así lo contaba el propio García Morente—. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí […] No sé cuánto tiempo permanecí inmóvil y como hipnotizado ante su presencia. Sí sé que no me atrevía a moverme y que hubiera deseado que todo aquello —Él, allí— durara eternamente, porque su presencia me inundaba de tal y tan íntimo gozo que nada es comparable al deleite sobrehumano que yo sentía”.

A sus cincuenta años recién cumplidos, esa noche se produjo su conversión al Cristianismo. Más tarde se trasladó a Buenos Aires, donde pronunció las conferencias a las que me he referido antes. Y el 3 de junio de 1938 se embarcó rumbo a España, por indicación del obispo de Madrid- Alcalá, Leopoldo Eijo Garay, que le recibió en el puerto de Vigo el 26 de junio. Al día siguiente mantuvo una larga entrevista con el obispo, justo en el día que hacía quince años que se había quedado viudo.

El 28 de junio recibió la Primera Comunión de manos del obispo y el 8 de septiembre ingresó en el seminario de Poio (Pontevedra), para incorporarse en el curso 1939-1940 al seminario de Madrid, tras el final de la guerra. En 1940 fue ordenado sacerdote. Y en la víspera de la Inmaculada de 1942, su hija María José se lo encontró muerto en la cama. Tenía entre sus manos uno de los tomos de la Suma Teológica de Santo Tomás.

Grandeza es el sentimiento de la personal valía; es el acto por el cual damos un valor superior a lo que somos sobre lo que tenemos. Mezquindad es justo lo contrario, esto es, el acto por el cual preferimos lo que tenemos a lo que somos

¿Qué es la Hispanidad?, se pregunta García Morente en su libro. Y al no existir un concepto posible que la defina, se responde de un modo genial utilizando un símbolo, que lo define así: “una figura real —objeto o persona— que, además de lo que ella es en sí y por sí misma, desempeña la función de descifrar y evocar algo distinto de ella. La bandera es un símbolo. La balanza de la justicia es un símbolo”. Y García Morente encuentra en el caballero cristiano el símbolo de la Hispanidad. “El español —concluye García Morente— ha sido, es y será siempre el caballero cristiano”.

Ahora solo le resta, por tanto, describir al caballero cristiano, para descubrir en qué consiste la Hispanidad. Se lo resumo con sus palabras: “El caballero cristiano es paladín de una causa, que se cifra en Dios y en su conciencia. No acata leyes que no sean "sus" leyes; no se rige por otro faro que la luz encendida de su propio pecho”.

El caballero cristiano prefiere la grandeza a la mezquindad: “Grandeza es el sentimiento de la personal valía; es el acto por el cual damos un valor superior a lo que somos sobre lo que tenemos. Mezquindad es justo lo contrario, esto es, el acto por el cual preferimos lo que tenemos a lo que somos”.

Altivez sobre servilismo: “El caballero cristiano, huyendo del servilismo, incide en la altivez […] Esta altivez, en unión con el arrojo de donde procede, se manifiesta también como afirmación inquebrantable del propósito. El caballero no gusta de componendas, apaños, ni medias tintas”.

El caballero rinde culto al honor: “El sentimiento del honor no consiste en que el caballero finja ser lo que no es; sino en que el caballero, por respeto al ser ideal que se ha propuesto ser, prefiere que las imperfecciones de su ser real permanezcan ocultas en el recato de la conciencia y en el secreto de la confesión. El caballero cristiano se sabe, como todo hombre, caña frágil, expuesta al quebranto del pecado; pero ha puesto su vida al servicio de un elevado ideal humano y la grandeza de su misión es para él tan respetable que exige la ocultación de sus miserias. Las debilidades, los pecados queden entre el caballero, su confesor y Dios”.

Religiosidad: "El caballero cristiano es esencialmente religioso. Lo es en modo tan profundo y auténtico, que, en efecto, el serlo constituye una de sus caracterísitcas radicales, y resulta imposible separar y discernir en él la religiosidad y la caballerosidad. Y no podía por menos ser así. En la psicología del pueblo español, la fe religiosa, cristiana católica, está tan indisolublemente unida y fundida con el sentimiento nacional, que no le es nada fácil al español ser español y no ser crisitiano".

Idea de la muerte: “Para el caballero cristiano la vida no es sino preparación para la muerte […] El <<muero porque no muero>> de Santa Teresa expresa perfectamente este sentimiento de la vida imperfecto. Hay colectividades humanas que han propendido y propenden más bien a hacerse una idea positiva de la vida terrestre. Son gentes que aman la vida por sí misma y le dan un valor en sí misma y la visten, la peinan, la perfuman, la engalanan, la envuelven en músicas y en retóricas, la sublimizan; en suma, le tributan el culto supremo que se tributa a un valor supremo. Pero el caballero cristiano siente el fondo de su alma asco y desdén por toda esta adoración de la vida. El caballero cristiano ofrenda su vida a algo muy superior, a algo que justamente empieza cuando la vida acaba y cuando la muerte abre las doradas puertas del infinito y de la eternidad. La vida del caballero cristiano no vale la pena de que se le acicale, vista y perfume.

La impaciencia de la eternidad, he aquí la última raíz de la actitud hispánica ante la vida y el mundo. Mientras prepondere entre los hombres el espíritu racionalista de organización terrestre y el apego a las limitaciones; mientras los hombres estén de lleno entregados a los menesteres de la tierra y aplacen para un futuro infinitamente lejano la participación en el ser absoluto, la Hispanidad desde luego habrá de sentirse al margen del tiempo, lejos de esos hombres, de ese mundo y de ese momento histórico. Pero cuando, por el contrario, el soplo de lo divino reavive en las almas las ascuas de la caridad, de la esperanza, y de la fe; cuando de nuevo los hombres sientan implacable la necesidad de vivir no para esta vida sino para la otra vida, y sean capaces de intuir en esta vida misma los ámbitos de la eternidad, entonces habrá sonado la hora de España otra vez en el reloj de la historia; entonces la Hispanidad asumirá otra vez la representación suprema del hombre en este mundo, y sacará de sus inagotables virtualidades formas inéditas para dar nueva expresión a los inefables afanes del ser humano”.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá