Si Franco hubiera querido atizar el odio y la revancha después de la Guerra Civil tenía a su alcance y muy cerca de Madrid el mejor de los instrumentos: las fosas de Paracuellos de Jarama
Verdad o venganza, documentación o consigna, libertad o tiranía, Historia o Memoria Democrática… Esta es la disyuntiva en la que no existe la tierra de nadie, ni posición intermedia en la que uno se pueda situar cómodamente para no comprometerse.
Por esta razón mis artículos sobre la Guerra Civil se asientan en los dominios de la Historia, cuyos límites están marcados por la verdad, la documentación y la libertad de pensamiento. Y los publico por exigencias de una grave responsabilidad moral para defenderme de la ley de la Memoria Democrática que los socialistas, los comunistas y sus socios de Gobierno han impuesto con el fin de corromper a la sociedad española mediante la venganza, la consigna y la tiranía.
La ley de la Memoria Democrática además de sectaria es parcial, pues su manipulación se limita a un determinado período histórico de España. A Viriato y a los romanos, igual que a los visigodos, se les puede poner por las nubes o como no digan dueñas, pero como no digas de la Segunda República, de La Guerra Civil y de Franco lo que dicta el Gobierno porque les conviene a los socialistas y a los comunistas, como poco te multan y hasta puedes acabar en la cárcel.
Por eso agradezco su reconocimiento, queridos lectores, que se manifiesta en la difusión que hacen ustedes de mis artículos de Hispanidad o en las cartas que me envían. Hoy quiero transmitir el contenido de una ellas. De total acuerdo con el autor de dicha carta, les contaré lo más importante de su contenido, pero sin dar ningún dato que facilite su identidad ni la localidad donde sucedieron los hechos.
A Viriato y a los romanos, igual que a los visigodos, se les puede poner por las nubes o como no digan dueñas, pero como no digas de la Segunda República, de La Guerra Civil y de Franco lo que dicta el Gobierno porque les conviene a los socialistas y a los comunistas como poco te multan y hasta puedes acabar en la cárcel
“Una de las personas que usted menciona —me decía este lector en la carta— en su artículo del día X del mes X y del año X, es un familiar mío que fue asesinado en la Guerra Civil”. En efecto, la víctima era un hombre joven, de posición social muy humilde, pero que no era partidario del proyecto político del Frente Popular. “En mi familia —continuaba su escrito— nunca supimos quién había ordenado su ejecución, y hasta hoy pensábamos que las órdenes habían venido de las autoridades del Gobierno de Madrid, pero nunca imaginamos que hubiera sido un vecino suyo. Ahora gracias a usted hemos podido saber la verdad. En este sentido solamente darle las gracias por su contribución al esclarecimiento de la verdad”.
Este caso, que he visto tantas veces repetido, no es el resultado de la indolencia de los familiares del asesinado que al acabar la guerra no trataron de averiguar lo que pasó, sino del espíritu de la sociedad de entonces que se empeñó en reconstruir España, para lo que era necesario pasar página cuanto antes y mirar hacia adelante. Por este motivo la generación de nuestros abuelos y de nuestros padres no hablaba de la Guerra Civil. Fue el nefasto Zapatero quien abrió la caja de Pandora del “Guerracivilismo”.
Con todos los defectos que se quiera en su puesta en práctica, Franco impulsó a la sociedad española hacia la reconciliación, lo que no equivalía a actuar como si nada hubiera pasado. En efecto, Franco en repetidas ocasiones manifestó después de la Guerra Civil que nunca concedería ninguna amnistía, porque eso equivaldría por su parte a ignorar los asesinatos y los delitos que se habían cometido, de los que se iban a encargar de juzgarlos los Consejos de Guerra, como expusimos en otro artículo. Amnistía, por lo tanto, no; otra cosa era suavizar las sentencias con los sucesivos indultos que fueron vaciando las cárceles.
No, no es cierto que la Constitución española de 1978 reconciliara a las “dos Españas”, porque los españoles para esa fecha ya estábamos reconciliados. La reconciliación se produjo, como no podía ser de otro modo, después de la guerra, con el tiempo y a medida que los presos salían de las cárceles y regresaban a sus pueblos, donde se encontraban con los del otro bando. Y ante ese reencuentro no quedaba más que o vengarse o aprender a convivir, y las generaciones pasadas apostaron por lo segundo.
La generación de nuestros abuelos y de nuestros padres no hablaba de la Guerra Civil. Fue el nefasto Zapatero quien abrió la caja de Pandora del “Guerracivilismo”
Me permitirán que les cuente una vivencia personal que refleja muy bien lo que les acabo de escribir. Visitaba yo en cierta ocasión una localidad de la Ribera de Navarra, donde me presentaron a un hombre entrado en años, que había hecho la guerra con el Requeté. Me sorprendió que el mejor amigo de este veterano fuera un vecino suyo, que también había hecho la guerra, pero que seguía siendo más rojo que la boina de su amigo el requeté. Así es que no pude menos de preguntarle:
- ¿Y esto cómo es posible? —A lo que el buen hombre me contestó, sin quitarse de los labios lo poco que le quedaba de un pitillo, que ya se había apagado hacía un buen rato.
- Mira, mi chico, a estos “rojicos” o los “afusilas” a tiempo, o les acabas cogiendo cariño.
Un doble motivo le impulsó al régimen a tratar de olvidar la Guerra Civil. En primer lugar, el sentido de la unidad de los españoles y el pragmatismo de Franco, porque entendía que avivar el odio y la venganza equivalía a perder el control y la sociedad se le hubiera ido de las manos. Y en segundo lugar, y no menos importante, por el sentido cristiano de la vida de Franco, contrario a lo del ojo por ojo y diente por diente. El mismo sentido cristiano de la vida que la religión católica desde siempre, desde el nacimiento de España, había grabado en las familias españolas, que sabían que las últimas palabras de los mártires habían sido de perdón para sus verdugos, ejemplo que a ellas les marcaba el camino a seguir.
El sentido cristiano de la vida de Franco, contrario a lo del ojo por ojo y diente por diente, tuvo que ver con la ausencia de una cadena de venganzas por parte de los vencedores de la Guerra Civil
Y en este intento, Franco encontró la colaboración de las autoridades eclesiásticas, si es que él y los obispos no trazaron un plan para tranquilizar los ánimos. Lo cierto es que el cardenal Enrique Plá y Deniel (1876-1968), primado de España, en un discurso de 1942 dijo: “Deseamos una plena victoria para todos los españoles, lograda por una verdadera reconciliación, que nos haga ver un hermano en el enemigo de ayer y nos mueva a buscarnos mutuamente, uniéndonos con lazos de amor”. Y al año siguiente, el mismo cardenal en el acto de desagravio al Corazón de Jesús por los sacrilegios cometidos en su diócesis de Toledo pidió perdón “por los hermanos engañados que no sabían lo que hacían […] y una generosa y pronta liquidación de la obra de la justicia después de la victoria. Ábranse pronto las cárceles, como ya se van abriendo, a cuantos pueden ser reintegrados a la gran obra del trabajo común para la reconstrucción de España”.
Si Franco hubiera querido atizar el odio y la revancha después de la Guerra Civil tenía a su alcance y muy cerca de Madrid el mejor de los instrumentos: las fosas de Paracuellos de Jarama
Si Franco hubiera querido atizar el odio y la revancha después de la Guerra Civil tenía a su alcance y muy cerca de Madrid el mejor de los instrumentos: las fosas de Paracuellos de Jarama, donde reposan miles de víctimas inocentes asesinadas por los socialistas, los comunistas y los anarquistas ¿Se imaginan, queridos lectores, si los asesinos de Paracuellos hubieran sido del otro bando…? Pues bien, el dato objetivo es que el régimen surgido después de la Guerra Civil, por respeto a las víctimas y a sus familiares, no las quiso utilizar políticamente hasta el punto de que Franco nunca estuvo en Paracuellos.
Pedro Muguruza. Camposanto de los Mártires de Paracuellos, perspectiva general, mayo 1942. Real Academia Bellas Artes de San Fernando. Archivo-Biblioteca
Cierto que el arquitecto Pedro Muguruza (1893-1952), según el Boletín de la Real Academia de San Fernando, a quien su anexo del año 2015 dedica un estudio monográfico, “asumió la delicada tarea de rendir memoria a los fusilados en noviembre de 1936 en este lugar y que habían sido sepultados en fosas comunes. El proyecto de Muguruza, al que dedicó sus esfuerzos entre 1940 y 1942, se inspiraba en el urbanismo barroco de grandes avenidas y puntos de fuga focalizados para trazar cuatro avenidas, dos paralelas y dos divergentes, cuyos arranques estaban marcados por tres cruces y sendos altares concebidos como una sobria losa horizontal sostenida por dos pilares y precedido por un estanque, con los flancos de las avenidas exteriores señalados por un compacto muro con robustos contrafuertes y coronas de laurel en los tramos intermedios; las dos avenidas centrales, paralelas, desembocaban en una plaza ultrasemicircular presidida por un obelisco fúnebre, en uno de cuyos lados arrancaba un serpenteante Vía Crucis jalonado por un Calvario y conducente a la capilla, trazada en un austero clasicismo neobarroco hispano, en la cúspide del cerro de San Miguel, el otro elemento arquitectónico destacado del conjunto al que también se accedía por una larga y monumental escalinata de cincuenta y cinco escalones y que, con su chapitel puntiagudo, coronaba el conjunto”.
Pedro Muguruza. Camposanto a los Mártires de Paracuellos, perspectiva a la capilla. mayo 1942. Real Academia Bellas Artes de San Fernando. Archivo-Biblioteca
Pero tan cierto como que Pedro Muguruza remató este proyecto en 1942 es que esta obra monumental no se realizó, y las víctimas reposan actualmente en el modestísimo cementerio de los mártires de Paracuellos.
Este ha de ser, en consecuencia, el Monumento a todos los caídos, sobre cuyo sacrificio triunfen los brazos pacificadores de la Cruz
En Paracuellos no podía convertirse en piedra el proyecto de Franco de enterrar en el mismo lugar a los caídos de los bandos, para lograr la reconciliación. Ese fue el objetivo del Valle de los Caídos, como brillantemente ha puesto de manifiesto Alberto Bárcena en su libro Los presos del Valle de los Caídos (por cierto, si van al Valle de los Caídos, no busquen este libro en la tienda que hay a la entrada de la basílica, dependiente de Patrimonio Nacional, es decir del Gobierno de Pedro Sánchez. Nunca lo tienen, por su sectarismo intelectual se niegan a venderlo), que ha echado por tierra todos los tópicos y todas las mentiras que contra este recinto religioso se han lanzado.
En Paracuellos no podía convertirse en piedra el proyecto de Franco de enterrar en el mismo lugar a los caídos de los bandos, para lograr la reconciliación. Ese fue el objetivo del Valle de los Caídos
El profesor Bárcena reproduce en su libro el siguiente párrafo del decreto fundacional del Valle de los Caídos, de “todos” los caídos. Esto es lo que lo dice el texto legal de 1957:
“El sagrado deber de honrar a nuestros héroes y nuestros mártires ha de ir siempre acompañado del sentimiento de perdón, que impone el mensaje evangélico. Además, los lustros que han seguido a la Victoria han visto el desarrollo de una política guiada por el más elevado sentido de unidad y hermandad entre españoles. Este ha de ser, en consecuencia, el Monumento a todos los caídos, sobre cuyo sacrificio triunfen los brazos pacificadores de la Cruz”.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.