Desembarcaron los legionarios en el puerto de Málaga el pasado Jueves Santo y allí estaba  Doña Sofía para recibirles. Soplaba el viento con tal fuerza que volvía los paraguas del revés, lo que obligaba a la reina emérita a sujetarlo con las dos manos para que no saliera volando; de vez en cuando llovía y no había manera de defenderse del agua que traían las rachas de viento que calaban por los cuatro costados. Les aconsejo que, si no tuvieron la oportunidad de verlo, busquen el video o las fotos porque pocas veces la dignidad de la realeza se ha mostrado a tanta altura, como en esta ocasión en la que la reina Doña Sofía presidió los preliminares de la procesión del Cristo de la Buena Muerte y Ánimas en Málaga.

Reina Sofía

La reina emérita, Doña Sofia, preside los actos del Cristo de Mena el día de Jueves Santo de 2024.

Los comentaristas de TVE informaban de que la Congregación de Mena había surgido al fusionarse, en el verano de 1915, la antigua Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, que tenía vida desde el siglo XVI y sede en el entonces convento de Santo Domingo, con la Hermandad del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas, de creación más reciente en el año de 1862.

Después de 23 años de ediciones La Unión Ilustrada, el 12 de abril de 1931 publicaba su número 1.127. Fue el último, pues cerró debido a un conflicto laboral. Y en es número se publicó una reportaje sobre el Cristo de Mena y los legionarios, ilustrado con esta foto de la última guardia de los legionarios en las vísperas de que fuera quemada los días 11 y 12 de mayo de 1931 la imagen del siglo XVII

Después de 23 años de ediciones La Unión Ilustrada, el 12 de abril de 1931, publicaba su número 1.127. Fue el último, pues cerró debido a un conflicto laboral. Y en ese número aparece un reportaje sobre el Cristo de Mena y los legionarios, ilustrado con esta foto de la última guardia de los legionarios al Cristo de Mena, justo un mes antes de que fuera quemada la imagen del siglo XVII, los días 11 y 12 de mayo de 1931.

 

Poco después de la fundación de esta segunda Hermandad, se descubrió la impresionante talla del crucificado, atribuido a Pedro de Mena (1628-1688). Entonces los cofrades decidieron sustituir la imagen originaria por la del Cristo de Mena, que salió por primera vez en procesión por las calles de Málaga en 1883. La Legión española hizo la primera guardia al Cristo de la Buena Muerte en la Semana Santa de 1927 y tres años después, en 1930, le dio escolta en la procesión.

La Union ilustrada 1
La Union ilustrada 2
La Union ilustrada 3
La Union ilustrada 4

Reportaje de las cuatro páginas de La Unión Ilustrada (12-IV-1931): “Los legionarios en Málaga”

Y esta es la procesión de la tarde del Jueves Santo malacitano, que popularmente se conoce como la del Cristo de la Buena Muerte o del Cristo de Mena. Y en este punto se produjo la necesaria aclaración de los comentaristas de TVE en los siguientes términos: “Pero, aunque se llame del Cristo de Mena, la talla actual es de 1942, realizada por Francisco Palma Burgos (1918-1985), porque el Cristo de Mena del siglo XVII se quemó en el incendio de la “década de los treinta…”. 

Esto es lo que pasa por no llamar a las cosas por su nombre. Es de la más previsible consecuencia que si los mártires de la Segunda República y la Guerra Civil, asesinados por los socialistas, los comunistas y los anarquistas, según la denominación oficial de la jerarquía eclesiástica española, son los “mártires de la década de los treinta”, para que no se vayan a molestar los herederos políticos de sus verdugos, lo suyo es que los comentaristas de una televisión controlada por un Gobierno de coalición de socialistas y comunistas oculte lo que pasó con esa torticera denominación, inventada por los obispos españoles.

No, no y no; esa no es la verdad porque la tan traída y llevada “década de los treinta” no asesinó a nadie, ni quemó conventos, ni iglesias, ni imágenes religiosas como la del Cristo de Mena. Los autores del martirio de las personas y del martirio de las cosas sagradas, por odio a la fe, fueron los mismos: los socialistas, los comunistas y los anarquistas, auxiliados y ayudados por las logias masónicas, a las que pertenecían los dirigentes más importantes de estas formaciones políticas.

Jorge López Teulón en un ilustradísimo libro con cientos de fotos y único en su tratamiento, titulado Inspirados por Satanás, ha descrito cómo se produjo durante los años de 1930 a 1939 el martirio de las cosas sagradas: iglesias, conventos, monasterios, imágenes, tumbas de frailes, monjas y santos, ornamentos y vasos sagrados, objetos religiosos… Y el peor de todos los martirios: las profanaciones eucarísticas. En esta publicación me apoyo para contar lo que pasó con el Cristo de Mena.

Los autores del martirio de las personas y del martirio de las cosas sagradas, por odio a la fe, fueron los mismos: los socialistas, los comunistas y los anarquistas, auxiliados y ayudados por las logias masónicas

La destrucción del Cristo de Mena se produjo los días 11 y de 12 de mayo de 1931. Fue una profanación que solo se puede entender en el contexto histórico en el que tuvo lugar, como fue la persecución religiosa que se había iniciado ya antes de proclamarse la Segunda República y que alcanzó su punto máximo en los primeros meses de la Guerra Civil, dando lugar a la mayor persecución religiosa, por el número de los mártires, de toda la Historia de la Iglesia. Solo en los cuatro primeros meses de la Guerra Civil española murieron muchos más mártires, únicamente, en la zona republicana que en los cuatro siglos de las persecuciones de los emperadores romanos, porque en la otra zona, la zona nacional o de Franco, no solo no se persiguió a la Iglesia, sino que se la protegió. ¡Pero porqué cuesta tanto decir la verdad, si esto es más que evidente!

El 12 de febrero de 1930 se sublevaron contra la monarquía de Alfonso XIII (1886-1931) los capitanes Fermín Galán (1899-1930) y Ángel García (1900-1930) en Jaca (Huesca) y proclamaron la República desde el balcón del Ayuntamiento de esta ciudad. Y aunque la sublevación fracasó este acontecimiento tuvo sus repercusiones en otros puntos de España, concretamente en Málaga tres días después.

En efecto, el 15 de diciembre de 1930 se produjo un intento fallido de quemar el palacio episcopal de la sede malacitana. Ese día por la mañana prendieron fuego a una de las ventanas de la planta baja, justo en las dependencias donde se encontraban el archivo y la biblioteca. Las llamas llegaron a penetrar en el interior, pero lograron sofocar el incendio. Lo significativo de este acontecimiento es que ese incendio no fue obra de unos descontrolados, sino que todo había sido planificado, pues mientras se sofocaba el incendio los vendedores del periódico izquierdista Rebelión voceaban por las calles: “El incendio del palacio episcopal!”. Lo que prueba que la edición ya se había impreso mucho antes de que aparecieran las llamas.

Pero lo que no consiguieron entonces lo lograron cinco meses después. No había transcurrido ni un mes desde la proclamación de la Segunda República el 14 de abril, cuando durante los días del 10 al 15 de mayo de 1931 se quemaron iglesias y conventos en Madrid y en otras ciudades de España. Manuel Azaña (1880-1840), ministro de la Guerra, dejó hacer y justificó su negativa a que el ejército pacificara la revolución con esta frase: “Ni todos los conventos de Madrid valen la vida de un republicano”.

En efecto Málaga fue una de esas ciudades que secundó la quema de edificios que se había iniciado en Madrid. El día 11 de mayo por la tarde comenzaron a llegar al palacio episcopal noticias alarmantes, que desgraciadamente acabaron por confirmarse horas después. A las doce de la noche comenzó el asalto a la sede episcopal. La Guardia Civil que protegía el palacio del obispo recibió la orden del gobernador militar de retirarse.

Manuel Azaña (1880-1840), ministro de la Guerra, dejó hacer y justificó su negativa a que el ejército pacificara la revolución con esta frase: “Ni todos los conventos de Madrid valen la vida de un republicano”

El obispo, San Manuel González (1877-1940), ante el peligro que corrían de morir dio la absolución a los que le acompañaban: una hermana suya, sus ayudantes y las siete Hermanas de la Cruz, que atendían el palacio.

El palacio comenzó a arder y el obispo con sus acompañantes buscaron una salida, sin hacerlo por la puerta principal para no encontrarse de frente con los revolucionarios que ya habían entrado en el palacio. Al final, los incendiarios encontraron a los que huían y fue entonces cuando uno de ellos apuntó al obispo con una pistola y le dijo:

—No le tiro porque mataría a la mujer que va detrás, —refiriéndose a su hermana que le seguía.

El obispo, afortunadamente, salvo la vida, pero tuvo que abandonar la ciudad y la noche de 13 de mayo se refugió en Gibraltar. El palacio fue totalmente destruido por las llamas y desapareció su riquísimo archivo y biblioteca, que guardaba documentación desde el siglo XIV.

El 25 de mayo de 1931, el obispo escribió una carta para acompañar una pastoral que había escrito con motivo del XV Centenario del Concilio de Éfeso y que no había podido enviar por lo sucedido el día 11. En dicha carta escribió la siguiente:

“Escrita la anterior instrucción, fue impedida de salir a la luz por la ola sacrílega de incendio y devastación que en dos días ha arrebatado a Dios en Málaga más de cuarenta templos y ha dejado sin hogar a multitud de párrocos, capellanes, religiosos y religiosas; sin escuela y sin refugio a miles de niños y niñas, en su mayoría pobres huérfanos y al pobre obispo, de cuyo palacio no han quedado más que los muros”.

Málaga fue una de esas ciudades que secundó la quema de edificios que se había iniciado en Madrid

Uno de los templos destruidos de Málaga fue la iglesia de Santo Domingo, donde se encontraba el Cristo de Mena. Los asaltantes profanaron la imagen del Cristo de Mena, y, remedando lo que los soldados de Pilatos le hicieron a Jesús, a la vez que abofeteaban la imagen del Cristo, entre risotadas, proferían esta insolencia:

—¡Ahora que vengan los legionarios a darle guardia!

Lo que sabemos por la documentación es que fue el concejal comunista Andrés Rodríguez el que capitaneó a los grupos que asaltaron, saquearon e incendiaron la iglesia de Santo Domingo. Y también tenemos noticia de que cuando un asaltante le pidió que se respetara el Santo Cristo de Mena, respondió el comunista:

—“Aquí se quema todo”.

Detalle de la imagen actual del Cristo de Francisco Palma Burgos de 1942

Detalle de la imagen del Cristo de Mena del siglo XVII

 

Cristo de Palma

Detalle de la imagen actual del Cristo de Francisco Palma Burgos de 1942

 

El escultor de la actual talla, Francisco Palma Burgos, escuchó relatar a un amigo de su padre lo sucedido:

“Yo entré detrás de aquello como absorbido por su ira (…) vi que uno entró en nuestra capilla, abrió la verja y con una pata de una mesa subió por la mesa del altar y empezó a flagelar a nuestro Cristo. Yo di un zarpazo, le cogí una pierna y lo insulté, él levantó el palo con furia para darme en la cabeza, yo le miré como rompiéndole la cara, y descargó su furia sobre la pierna del Cristo rompiéndola, le hizo saltar el clavo (…) Esta pierna, que escondida sacó Palma de la Iglesia, es la que se conserva actualmente como reliquia en la entrada del columbario de la Hermandad”.

Uno de los templos destruidos de Málaga fue la iglesia de Santo Domingo, donde se encontraba el Cristo de Mena

Lo quemaron y lo destruyeron todo a su paso, solo en Málaga en esos dos días, 11 y 12 de 1931,  se quemaron dos mil imágenes de santos. Pero lo que no pudieron eliminar los verdugos del martirio de las cosas sagradas en Málaga fue el fervor y la devoción que tantos españoles tenemos a esta sagrada imagen, que desde entonces hasta hoy no ha dejado de crecer. Uno de sus devotos fue José María Pemán (1897-191), que hizo su oración en verso al Cristo de la Buena Muerte y Ánimas con estas estrofas:

“Que vaya, en fin, por la vida
como tú estás en la cruz.
De sangre los pies cubiertos
llagadas de amor las manos
los ojos al mundo muertos
y los dos brazos abiertos
para todos mis hermanos.
 
A ofrecerte, Señor, vengo
mi ser, mi vida, mi amor,
mi alegría, mi dolor
cuanto puedo y cuanto tengo.
Cuanto me has dado, Señor.
 
Y a cambio de esta alma llena
de amor, que vengo a ofrecerte
dame una vida serena.
 
Y una muerte santa y buena
¡Cristo de la Buena Muerte!”.
 

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.