• El lector del Aquinate no precisa aclaraciones. Se le entiende todo.
  • Otra cosa es entender sus argumentos.
  • El problema es que con la modernidad nos hemos vuelto idealistas e inductivos. Es decir, que no pensamos.
  • Yo entendí lo que era la especulación financiera leyendo la biografía que Chesterton escribió sobre Santo Tomás.
Hoy es Santo Tomás de Aquino, al que James Joyce calificó como la mente más profunda de toda la historia, opinión compartida con todos aquellos que no ven en el italiano un cura al que apostrofar sino un pensador al que admirar. Quizás por ello, o para 'desfacer entuertos', el bueno de Santo Tomás se negó a escribir una línea más para 'sufrir', tener un éxtasis, o un arrobamiento o como quieran ustedes llamarlo. En definitiva, una visión asegurando que todo lo que había escrito era una 'chuminá' comparado con lo que se le había permitido ver. Pero volvamos a su obra. La mente más insigne de la historia se puede leer sin diccionario. No emplea palabra plúmbeas. Su lenguaje no puede ser  más llano. Tomás era un tipo que pensaba, que deducía. La modernidad nos ha llevado ahora a contemplar sólo el pensamiento inductivo que, según algunos egregios, como Hilaire Belloch, no es pensamiento en modo alguno. Hoy no deducimos, sino inducimos de los que nos viene dado. Es decir, pensamos tirando a poco. Siempre he recomendado que para acceder a Santo Tomás la mejor obra es el catecismo de la Suma Teológica, obra de Thomas Pègues, comentada y preparada por Eudadlo Forment para Homo Legens. Pero las posibilidades del Aquinate son inmensas. Por ejemplo, donde mejor he entendido al doctor Angélico ha sido con la biografía firmada por Gilbert K. Chesterton. Mis colegas periodistas dicen que no se lo creen, pero yo entendí lo que era la especulación financiera, es decir, los mercados financieros, precisamente con Tomás de Aquino visto por Chesterton, porque don Gilbert nunca biografiaba personas sino ideas. Por lo demás, ¿cómo puede resumirse la filosofía de Aquino? Pues con la famosa tautología, importantísima tautología de "esta mesa es una mesa". Desengañémonos. Sólo hay dos tipos de filosofías: los que piensan que las cosas son lo que son y los que piensan que las cosas son lo que cada uno cree que son. Es decir, realismo e idealismo. No hay que recordar que la filosofía cristiana habita en el realismo y no le gusta la vuelta sobre sí mismo ni se siente el motor de la historia, quizás porque sabe que el motor inmóvil que moviliza es Dios. Pero lo que viene haciendo el mundo desde Descartes, y pregonando desde Immanuel Kant es que el mundo no tiene cuerpo: es una gelatina de nuestra propia mente. Y todo esto acaba en la modernidad cretina en la que habitamos. Juan Pablo II ha sido el último tomista. No así Benedicto XVI, que tiraba más, no a inductivo, claro, pero sí a agustiniano. Es curioso, al revés de lo que aduce el tópico, el filósofo era Wojtyla y el teólogo Ratzinger. El polaco era un ensayista, el alemán un poeta. Pero lo importante es que los dos pensaban y creían en la realidad objetiva. Porque ya se sabe que el idealismo no es sino locura. Eulogio López eulogio@hispanidad.com