• Funerales en los bares y retrasar la llegada del cura.
  • Acelerar la muerte a costa de matar antes la consciencia y, con ella, la conciencia.
  • Se trata de evitar el único planeamiento imprescindible en la vida: la muerte.
Un conocido mío ha muerto recientemente. Sus compañeros le incineraron, no realizaron ninguna ceremonia religiosa por su alma pero, a cambio, celebraron un homenaje en un bar. Y no tengo yo nada contra los bares, pero el asunto quedaba raro pero no descolorido: de hecho tenía el color y hasta el sabor de los pinchos de chistorra y tortilla española, chicharritos y mojama. Una familiar mía acaba de fallecer en otras condiciones, bien distintas. Era cristiana, de misa de doce, que se decía antes, pero con una cosmovisión católica clara fue degenerando tras una larga enfermedad. Sus hijos se cuidaron muy mucho de 'alarmarle innecesariamente' acerca de la gravedad de su patología. Eran también cristianos de misa de doce. A medida que la enferma degeneraba decidieron que a lo mejor había que plantearle la visita de un sacerdote que le preparara para subir a la nave que nunca ha de tornar… pues no les dio tiempo porque la enferma se les fue en unas horas. Así morimos hoy: entre médicos que mienten, familiares que mienten, no vaya a ser que el enfermo, el primero con derecho a saber sobre su salud, sea consiente de a qué se enfrenta. Y lo cierto es que lo sabe, lo sospecha, pero el ambiente exterior es opaco y la duda surge, surge esa obsesión fallida del ser humano por la supervivencia. O sea, lo de mi conocido, obligado a morir en un sano ateísmo, privado del consuelo de la esperanza y festejado por tus deudos y seres queridos con cerveza y chistorra. Bueno esto último me parece bien, pero no sé si al muerto le parecerá lo mismo. Y ambos fallecimientos confluyen ahora en una aún más triste nota distintiva del óbito actual: a la sociedad le ha entrado una urgencia feroz por abreviar el tránsito que no tiene nada que ver con los loables cuidados paliativos para reducir el dolor. No, lo que tienen que ver es con la obsesión de reducir la consciencia del moribundo, no vaya a ser que aborde el único planteamiento imprescindible que hay que hacer en esta vida: la muerte. Acelerar la muerte a costa de matar antes la consciencia y, con ella, la conciencia. Eulogio López eulogio@hispanidad.com