• Endeudamiento irresponsable: es fácil vender bienestar y que otro pague el pato.
  • La absolutización del mercado equivale a imponer la ley de sálvese quien pueda.
  • Si el capitalismo no se reformula nos va a crujir a todos, salvo a los especuladores.
Parece una obviedad, pero insistamos en la obviedad porque es precisamente lo que está ocurriendo: cuando la economía se olvida de la persona, atiende a otras cosas, pero no a la persona, y el sistema corre un serio riesgo de atrofia. Una cosa es la economía de libre mercado y otra, muy distinta, una economía que, amparándose en la libertad y en el mercado, se presta a todo tipo de abusos, sin límites para la primera y sin reglas para lo segundo. Los excesos ya los conocemos y hasta nos lo han contado películas como Inside Job, Margin Call o The Company man. En todas ellas se muestran aspectos de la crisis global, sobre todo de carácter financiero, aunque el drama haya seguido después -y ahí sigue- con millones de parados y costosos rescates. Que la economía se olvide de persona se traduce, por ejemplo, en la adicción al endeudamiento. No se piensa en los que vendrán sino en los que están. Y eso que es muy fácil vender bienestar y promesas cuando no se sabe muy bien cómo, ni cuándo, ni quién pagará el pato. Se lo digo: la siguiente generación. Fantástico modo de colgar el mochuelo al que venga después. El mercado, sin embargo, impone esa forma de pensar: la solución del dinero. Pero ese mismo dinero aplicará después las condiciones más estrictas para rescatarse a sí mismo y con suculentos intereses. Es una espiral de ahogamiento. Si bien es cierto que todas las deudas deben pagarse, también a veces hay circunstancias que la hacen impagable. Pero no tengan dudas de que el proceso habrá sido más o menos así: la deuda se disfraza, en primer término, como el mejor modo de aliviar la pobreza, pero después se convierte en el foco más problemático de la pobreza: la exclusión social, las desigualdades, los desequilibrios entre la libre empresa y la responsabilidad... Eso ha ocurrido en Grecia, por ejemplo. Y es muy frecuente en los países del Tercer Mundo, ahogados por los mercados del Primer Mundo. La libertad económica tampoco es enemiga de la cooperación ni se da de tortas con la solidaridad, pero es muy difícil que se concrete en algo positivo cuando, sin sentido ético alguno, se da aire a todo tipo de fórmulas autocomplacientes para un beneficio rápido y a ser posible redondo. Oiga, que para ganar así, alguien tendrá que perder con la misma rapidez. Al especulador no le preocupa a quién cruja -ojos que no ven, corazón que no siente- y ese virus, mientras, cabalga como Pedro por su casa. Absolutizar el mercado conduce en la práctica a imponer la ley del más fuerte y la cultura del sálvese quien pueda. Si el objetivo de la economía tuviera en cuenta a la persona, ocurriría más bien el contrario: que combatiría las desigualdades, corregiría los desequilibrios y conseguiría crecimientos más equitativos. Por eso es tan importante la ética en la economía, que orienta como una sugerencia permanente para adaptar esa realidad, la económica, a las dos preguntas que todos nos formulamos constantemente: quiénes somos y para quién existimos. Desde ahí se entiende mejor la dignidad en el trabajo, el salario justo para poder emprender un proyecto de vida, el sentido del ahorro responsable, el principio de subsidiariedad... El comunismo pasó un test histórico que lo demolió para siempre. Sencillamente, aparte de por otras mil consideraciones, porque no era viable y quebró. Pero con el capitalismo no ha sucedido lo mismo y sobrevive. Pero como no lo corrija alguien sensato y con luces nos va a volver a crujir a todos. Rafael Esparza rafael@hispanidad.com