Resulta que hace 30 años usted se coló gratis en un autobús: en nombre de la higiene democrática me veo obligado a meterle una querella criminal. ¿Que se trataba de unas pesetas? Eso es lo de menos, muchacho, lo que importa es el principio vulnerado. Además, piensa mal y te quedarás corto: si usted evadió cinco pesetas en este hecho, demostrable y confesado, probablemente es que se coló muchas más veces, miles de veces, y, a la postre, defraudó una gran cantidad… presuntamente.

El señor juez, en nombre de la igualdad de todos ante la ley, acoge la querella y, con un poco de suerte, imputa al reo por algún delito. Todos cometemos delitos, cada día, especialmente desde que el Aranzadi multiplicó su tamaño.

Todo el mundo está bajo sospecha y nadie confía de nadie. Esta es la consecuencia última, siempre, del puritanismo y del justicialismo. Antes lo llamábamos hipocresía

En cualquier caso, le imputo a usted, no para fastidiarle, eso nunca, sino para salvaguardar sus derechos. En el fondo, le hago a usted un favor: así podrá defenderle un abogado.

Eso sí, lamento recordarle que, por higiene democrática, si es usted imputado debe dimitir de todos sus cargos y, en cualquier caso, su honor quedará destrozado para siempre jamás. Se siente.

Es decir, que esta España boba y suicida se ha hecho puritana y se ha hecho justiciera. Por puritana, confunde la justicia con la venganza; por justiciera, utiliza a los tribunales para medrar en política y en economía… o para desdoro del adversario.

Consecuencias de este puritanismo y de este justicialismo. Para hacer boca:

1.- Se igualan las acusaciones. Lo mismo da haber distraído un euro que haber distraído un millón de euros. Lo mismo da haber matado a un perro que haber matado a un hombre (bueno, lo primero resulta mucho más grave). La persona distingue, la ley no. Por tanto, el juez tampoco, no porque sea persona sino porque su escudo para evitar críticas es atenerse a la ley. A ser posible, a la letra de la ley.

2.- Se exageran los casos de corrupción al tiempo que se silencian los casos realmente sangrantes.

3.- Lo que importa no es lo justo sino lo legal. Y recuerden que, en la vida, no es posible ser legal al 100 por 100.

4.- Los jueces se convierten en moralistas. Y en su condición de moralistas, siempre se guían por lo políticamente correcto.

5.- La corrupción pública se emplea como una disculpa para justificar la corrupción privada.

Conclusión: todo el mundo está bajo sospecha y nadie se fía de nadie. Esta es la consecuencia última, siempre, del puritanismo y del justicialismo. Antes lo llamábamos hipocresía.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com