- Como nos hemos vuelto muy laicos, hemos cambiado el concepto y ahora se nos escapa el contenido.
- Ocurre que es un término tan amplio que no podemos abarcarlo.
- La corrupción política no es más que la corrupción privada de los hombres públicos.
- Los líderes mundiales se reunieron en Londres para luchar contra la evasión y el blanqueo de capitales: ¡hay que ser fariseos!
Cumbre mundial en Londres contra la corrupción en el mundo mundial. Maravilloso, porque
el anfitrión es nada menos que David Cameron, a quien su curiosidad científica le llevó a descubrir
paraísos fiscales, bien asesorado, eso sí, por expertos de la talla de su progenitor. Es decir, que lo suyo era una tradición familiar.
Se reunieron en Londres, capital europea de la especulación financiera, que constituye una forma de
corrupción legal, y desde ayer plantearon la lucha contra la corrupción, la evasión fiscal y otras malas hierbas que asolan la vida pública. ¡Hay que tener jetadura!
Y ojo, capital del mundo anglosajón, el creador del concepto, y de la realidad, de los paraísos fiscales.
Pero
más allá del cinismo de los grandes del mundo, el problema empieza a ser teórico.
A ver si logro explicarlo. Miren ustedes,
la corrupción no es más que el viejo, viejísimo pecado. Como nos hemos vuelto muy laicos, o sea, muy tontos, cambiamos un término por otro pero entonces nos encontramos ante una panoplia de hecho tan grande que no podemos abarcarlo.
La corrupción política no es más que la
corrupción privada de los políticos, donde se mezcla el pecado de ambición para permanecer en el cargo y el
pecado de avaricia por obtener más poder y más dinero. Además del pecado final de orgullo para exigir impunidad.
Pero insisto, corrupción y pecado son una misma cosa.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com