- De esto no se habla mucho en los medios pero la fuente no puede ser más fiable.
- Y esto ocurre en Israel, donde oficialmente existe libertad religiosa.
- Habrá que empezar a pensar de qué hablamos cuando nos referimos al derecho a la libertad religiosa.
Sucedió hace poco en Israel, concretamente, en
Tierra Santa. Nuestra protagonista es una chica joven de una familia muchas que conoce la religión católica a través de amigos y compañeros.
Hay muchas cosas que le llaman la atención, aunque hay una que sobresale sobre las demás: el sacramento de la confesión, es decir, un Dios que perdona y que lo hace siempre. ¡Qué maravilla!
Al final,
nuestra protagonista da el gran paso: decide convertirse al catolicismo. Sabe que va a tener muchos problemas en casa y que el rechazo de su familia va a ser radical. Y así fue.
Tanto que le costó la vida. El mismo día que se bautizó, por la noche, mientras dormía en su habitación, su padre entró y la degolló. Tenía que ser él, porque
debe ser el familiar más cercano el que acabe con la vida del infiel.
De estos hechos no se habla en los medios de comunicación, pero les aseguro que la fuente no puede ser más fiable: la propia comunidad católica jerosolimitana. Y esto ocurre en Israel, donde existe
libertad religiosa, al menos en teoría. Porque esa es otra: cada vez hay menos católicos en Tierra Santa porque cada vez tienen más difícil encontrar trabajo. Unos trabajos que acaparan musulmanes y judíos.
Habrá que empezar a pensar de qué estamos hablando cuando nos referimos a la libertad religiosa. Otro ejemplo vivido junto al
Gólgota: un estudiante musulmán de una escuela privada de prestigio internacional, gestionada por una institución católica, pidió información acerca de la religión de
Jesús de Nazaret.
Hasta ahí, un hecho que puede suceder en cualquier parte del mundo. Lo curioso viene después: el director del centro, antes de darle información, le hizo firmar un papel en el que el estudiante
afirmaba que había sido él el que había pedido la información y no al revés. Se estaba jugando el futuro de la escuela, de la institución y, probablemente, su propia vida.
Pablo Ferrer
pablo@hispanidad.com