• El amor no puede ser eso que empieza en la cama y termina en el juzgado.
  • Los hijos deben ser lo segundo. Lo primero, el cónyuge.
Me lo contaron hace poco. Es lo que decía una mujer... normal. Es decir, no divorciada, ni casada por tercera vez, ni arrejuntada, sino esposa y madre de familia. Sí, casada por la Iglesia. Y la verdad es que me escandalizó la declaración. Además, como periodista me hubiera gustado contrastar el hecho con la otra parte, pero no me es posible. En cualquier caso, algo está fallando en el amor conyugal incluso entre esposos que mantienen su compromiso. Como decía San Josémaría, "el lecho matrimonial es un altar pero algunos lo convierten en un lupanar". Y dado lo que esta ocurriendo hoy, cuando el número de matrimonios fallidos, es decir, de proyectos vitales destrozados, puede superar al de matrimonio, el asunto requiere una especial atención. En primer lugar, los hijos deben ser lo segundo del matrimonio, no lo primero. El hijo molesta, pero no ofende. El cónyuge sí puede ofender. De hecho, nadie quiere de verdad a los hijos mientras odia al cónyuge. Es imposible. En segundo lugar, tenemos que des-sexualizarnos. El amor no puede ser eso que empieza en la cama y termina en el juzgado. La carga pornográfica empieza a ahogarnos. Y la pornografía y la lascivia constituyen una barrera para el amor y, con ello, para la familia. La tercera cuestión apunta hacia el pesimismo que nos asola. Esta sociedad no es como para figurar en un concurso pero tampoco se engañen: la familia es una célula de resistencia a la opresión, que decía Chesterton. Y eso significa que el ambiente social, la presión legal o la estupidez política nada pueden contra un ambiente familiar sano. Si las relaciones entre esposo y mujer van bien el resto irá bien, en el hogar y fuera de él. La fuerza de la familia es mayor que la del ambiente dominante. Lo que nos lleva a otra conclusión: el colegio educa pero no forma personas. Las personas se forman en el hogar. Y lo más importante en la pedagogía perdida del querer: no puedes obligar a que te quieran, ni tan siquiera Dios puede, porque nos ha creado libres. Y lo que resulta imposible es que el amor al cónyuge marche mal y la política, la economía y hasta el deporte, marchen bien. Eso es un contrasentido. Eulogio López eulogio@hispanidad.com