Sr. Director:
Considerando la importancia que tiene para nuestras vidas el hábito de lectura, podríamos considerar que el virus a afectado, de un modo bastante generalizado, al libro. Concretamente al afán de leer. La avalancha de medios telemáticos, con expresiones muy diversas, ha producido una tendencia perniciosa a ver vídeos, ver mensajes, oír conferencias por zoom, y horas y horas de conversaciones telefónicas. Todo ello, en principio, puede ser bueno en sí mismo, aunque se sirve muy cercano a contenidos muy inconvenientes.
Pero el problema no es ya el contenido de lo que recibimos. El problema es que hay muchas personas, sobre todo jóvenes, que se pasan horas -muchas horas, sin exagerar- pendientes de estos medios. La adición al móvil impide otras aficiones y modos de formación importantísimos. Ante todo, aparta del mejor medio para crecimiento espiritual, moral y cultural a nuestra disposición que es la lectura. Todo lo que recibimos por las redes son cositas sueltas, en su mayoría. Mensajes, recordatorios, chistes, fotos y vídeos.
Pero un libro, leer un libro entero, más o menos largo, pasito a pasito, un día 20 minutos, otro día una hora, a veces a ratitos de 10 minutos, supone para el lector un pequeño esfuerzo que resulta tremendamente rentable. Porque la lectura deja un poso a veces imborrable, porque nos ayuda a pensar, porque puede llegar a emocionarnos de un modo que no consiguen otros medios. “Leer es discutir con el texto -dice Basanta-. Polemizar con él. Aseverar, negar. Establecer hipótesis. Inferir ideas. Generar asociaciones. Proyectarnos. En suma, nutrir juiciosamente nuestro libre albedrío. Que libro, lector y lectura se escriben con ele de libertad”.