Sr. Director:
La inmigración, que ahora toca denominar migración porque parece que suena más elegante, es tan vieja como la humanidad. Sin embargo, esta actual masiva e indiscriminada, despliega algunos efectos verdaderamente prodigiosos en diferentes ámbitos, que conviene al menos esbozar en sus líneas generales, aunque debieran ser objeto de un estudio más pormenorizado.
Por ejemplo, en cuanto a los sentimientos de la población receptora, mientras más distante se halle un ciudadano del contacto diario con estos inmigrantes, más solidariamente entusiasmado se mostrará; un efecto que adquiere paradigmática encarnación en los políticos; pero que a su vez proyecta un reverso negativo contra cualquiera que la cuestione, que será considerado como un racista, xenófobo, fascista, lo peor de lo peor, etc.
Igual de milagroso resulta el efecto que convierte en buenos a todos los inmigrantes, por el solo hecho de ser inmigrantes. Y un prodigio se opera también respecto a sus cuerpos, pues aunque el mensaje oficial es que todos vienen de horribles situaciones bélicas y llegan cuasifamélicos, muchos se transforman en atletas con cuerpo de gimnasio capaces de trepar la muralla de King Kong.
Como gran prodigio es que, pese a sus terribles carencias, a muchos les broten teléfonos móviles nada más pisar nuestras costas; o que, pese la cercanía, ninguno llegue a acceder a Gibraltar.
Pero uno de los mayores prodigios es que, sin existir un efecto llamada (como bien sabemos porque nos lo repiten continuamente los políticos y las televisiones), asistamos a una avalancha de todo un continente esperando ansioso su turno a nuestras puertas.