Sr. Director:
Aunque hasta hace tan solo algunos años, cuando llegaban estas fechas nuestras ciudades se adornaban con motivos navideños que también incluían los relacionados con el sentido cristiano de la Navidad, encontrarlos hoy resulta una rareza políticamente incorrecta.
Entre la profusa y luminosa ornamentación de nuestras calles nos podemos topar con lazos, paquetitos de regalo, símbolos de la nieve y muñecos de ídem, papás Noel y manadas de renos, variadas formas arabescas y cónicas, abetos, campanas, estrellas, velas y bolas de diversos tamaños y agresiva iluminación. Pero es difícil hallar ya imágenes que siquiera evoquen el genuino e innegable origen de la Na(ti)vidad que da nombre a la fiesta: el Nacimiento del Niño Jesús en Belén. ¿Por qué nos avergonzamos de algo tan grande y que nos hemos llevado veinte siglos celebrando en Occidente?
Dejando al margen a esas mentes tan sectariamente sensibles que dicen sentirse ofendidas por el sentido cristiano de esta (y cualquier) fiesta, ¿seguro que la «Felicidad» que nos desean desde los grandes rótulos luminosos, está mejor fundamentada en lacitos y regalitos, en papás noel y su cortejo de «renitis» aguda, en las velas y las bolas, que en el significado de la venida de Jesús como un signo de esperanza y redención? Por lo que se ve, parece que sí.
Que lo que hoy molan son las bolas de una navidad que nos coge en eso... en bolas; y cada vez más desnuditos de creencias que no sean las de tener que pasar por la caja registradora.
Miguel Ángel Loma
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12/12/24 19:13