Sr. Director:
En verdad, salvando errores de cómputos, serían aproximadamente 1986 años desde que Jesús fue crucificado, muerto y sepultado por instigación del Sanedrín Judío de Jerusalén.
Los sacerdotes y jueces de su misma estirpe hicieron lo imposible por exterminar a quien consideraron un peligro para sus creencias y conveniencias. Nada extraño a lo que ocurre por cualquier tipo de intereses en el mundo de hoy, con la diferencial consecuencia de que aquel “mesías” rechazado por los dirigentes de su propio pueblo produjo una revolución cultural que incidió en “el mundo global de la época”: sus seguidores expandieron una fe que alteró el curso de la humanidad. Precisamente no resultó ser la religión del milenario Abraham, ni siquiera la del “salvado de las aguas” Moisés: nació la Iglesia. Renovado credo en un Dios único que convenció a nuestros ancestros, hasta para interpretar la historia como “antes de Jesucristo y después de Jesucristo”.
Con anhelos de un mundo más justo, más humano y menos animal, los sueños del hombre sensato que privilegia las virtudes por sobre los vicios (pecados) se sintieron realizados con precisos propósitos. Hombres superiores bregaron por sus semejantes (hermanos) como sacerdotes, gobernantes y servidores de los pueblos. La “asamblea de los fieles creyentes” (Iglesia) desde entonces orientó los destinos de la humanidad en tiempos de hecatombes, de catástrofes y de pérdidas de toda esperanza en el porvenir.
También lo hizo ante las eufóricas expectativas del hombre europeo por el nuevo mundo descubierto. América da fe de la labor misionera, que con aciertos y por sobre sus errores, logró evangelizar sucesivas generaciones de aborígenes amerindios y criollos.
El ejemplo de “El nazareno” que, con desprendimiento, bondad y sacrificio enseñó a “vivir para la eternidad” dio significado a la “Pascua de Resurrección” (paso hacia la “nueva vida”) que hasta hoy descendientes del mundo “occidental y cristiano” sostienen como creencia de superación divina y final realización humana.
Los difíciles tiempos presentes siguen reclamando “el paso” acorde a la perfección divina, para que la realización humana resulte satisfactoria. ¡Dos mil años nos guían!
Lic. Claudio Valdez