Sr. Director:
En el ambiente se respira la proximidad de las fiestas navideñas.
Y si este año Donald Trump las ha enmarcado definitivamente: "Sabemos que el nacimiento de Jesucristo y su increíble vida cambiaron para siempre el curso de la historia humana.
Difícilmente hay un aspecto que su vida no haya tocado: el arte, la música, la cultura, el derecho y nuestro respeto por la dignidad sagrada de cada persona", muchos otros desfiguran y aíslan esta conmemoración como si fuera un tiempo vacacional para viajar, descansar, o celebrar con un desconocido motivo, porque, la Natividad de Dios y la Navidad son lo mismo.
Este hecho desconcertante por el que un Dios bajó a la Tierra no para fisgonear lo que hacían los hombres sino para traerles un nuevo sueño: la herencia de un Reino de Luz, si ellos estaban dispuestos a seguir unas normas que hoy conocemos como los Diez Mandamientos de la Ley de Dios. Y alguien se preguntará, ¿es que Dios necesita darnos una Ley para regalarnos a cambio, la vida eterna del Paraíso? No, somos nosotros los que precisamos de una guía de conducta para no perdernos en el abismo de la insatisfacción y el egoísmo, estando como estamos dirigidos hacia el mal.
Por eso, la Navidad es tiempo de alegría porque aquello que parecía imposible, hoy es posible, gracias a que un día Dios quiso hacerse Niño para convivir entre los hombres y darnos unos ángeles protectores, una Madre Virgen, un Padre-Dios, una Iglesia-maestra, a la cual podemos recurrir para entonarle cantos y plegarias, para obtener la absolución de nuestros pecados, y los dones que hacen crecer nuestras ganas del Cielo.
María Ferraz
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12/12/24 19:13