Sr. Director:
Diferentes episodios de nuestro tiempo apuntan a que las relaciones del progresismo feminista con la infancia son un tanto borrascosas.
Y como muestra, ahí está el caso del niño de cinco años acosado en Cataluña por los partidos y fuerzas progresistas por querer estudiar un «terrible» 25% de las asignaturas en español. O los graves abusos sexuales más que presuntamente padecidos cuando tenía 3 años, por un hijo de la condenada por sustracción de menores, Juana Rivas; un suceso tan interesadamente silenciado por casi todos. O la huelga de juguetes promovida por el ministro comunista Alberto Garzón para que los niños y niñas pidan sólo los juguetes que el ministro les diga.
Y especialmente, el permanente interés por el fomento de leyes y todo tipo de normas favorecedoras del aborto como «sutil» y expeditivo medio para que la mujer embarazada se quite de encima a un futuro bebé.
Recordando a la política andaluza, ex de Podemos y pareja de Kichi, Teresa Rodríguez con aquel grito de «Son nuestros niños», se podría pensar que los infantes más deseados por ciertos sectores feministas son los «menas» algo creciditos: esos menores no acompañados que mágicamente florecen en suelo español sin relación familiar alguna y cuyos delitos son justificados como travesuras propias de sus culturas.
Fantásticas incoherencias del progresismo feminista.