Los datos que ofrece el informe del Instituto Cervantes muestran el creciente uso de nuestro idioma
Sr. Director:
La imposibilidad manifiesta de aprobar los presupuestos se denomina “acortar la vocación” del impotente para sacar adelante las cuentas, que lo hará por decreto-ley, para poder socializar y para igualar a todos, pero a la baja.
A los analfabetos se les llamará la generación digital y escaquearse -todo lo posible- de pagar impuestos, será una sociedad instrumental.
A la persecución del coche privado en nuestras ciudades y a la más absoluta prohibición de usarlo, se le denomina movilidad urbana.
La compra de un chalet, más bien lujoso, pese a las protestas de socialización, se dirá que es un “proyecto de vida en común”.
A la más que obligada y normal honradez en la gestión de los dineros públicos, se le colocará en el diccionario como regeneración democrática.
Y votar cada cuatro años a quienes harán continuos cortes de mangas a los votantes que, además, sufragan los sueldos de los votados, se califica de democracia moderna.
Y luego están los cursis, bilingües y pedantes que a los semáforos llaman señalética luminosa; a las rebajas y ofertas comerciales “blafraidei” o a destripar el final de una película “espoiler”.
Si queremos valorar o ensalzar algo, tendremos que “ponerlo en valor” y si de hablar en el parlamento se trata, lo habremos hecho “en sede parlamentaria”.
Y es que el español, es un idioma muy rico.
Y tan rico que a los rufianes, en el Parlamento, se les llama señorías.