Sr. Director: El Domingo el Papa Francisco elevaba al honor de los altares a seis nuevos fieles católicos, que se han distinguido por sus virtudes heroicas: dos franceses (Sor Isabel de la Trinidad, hija de Santa Teresa de Jesús y una de las grandes místicas del siglo XX) un español (el obispo Manuel González García)  dos italianos (Ludovico Pavoni…), un argentino y un mexicano, los santos son todos iguales y todo diferentes. Todos iguales porque hicieron del amor al Dios Trino y uno y al prójimo su razón de ser y de vivir  y todos practicaron esta suma virtud de la caridad en circunstancias  muy diferentes y de una forma muy personal, porque non hay santos clónicos. Entre los santos canonizados dos de ellos llaman poderosamente un sacerdote argentino que murió leproso sirviendo a los  más pobres y abandonados y un adolescente mexicano cuyo mayor delito fue proclamar que Cristo es Rey en unos momentos en la Iglesia Católica sufría la peor de las persecuciones en México, preludio de la que sufrirá en España una década  después en el 36. El cura gaucho, cuyo nombre es Juan Gabriel Brochero, quien ejerció su apostolado en  Córdoba (argentina) en una zona rural y desde muy joven se dedicó a predicar el Mensaje Evangélico y procurar la educación de los más sencillos y abandonados. Se esforzó con la tenacidad y empeño de un pastor que olía a oveja como le gusta decir al Papa Francisco, en  el desarrollo del su amplia parroquia, cabalgando en un humilde jumento, construyendo iglesias, capillas, escuelas  rurales y caminos. Los milagros que han contribuido a su canonización, como exige la Iglesia Católica y que no pueden ser explicados ni por la ciencia ni por la técnicas más adelantadas son dos: el de Nicolás Flores un chico de 11 años que estuvo a punto de morir después de un grave accidente de tráfico. Así como el Camila Brusoti, quien se recuperó de unas lesiones que la habían dejado al borde de la muerte. Lo del adolescente cristero de Michoacán (Moralia México) es más estremecedor, pues murió martirizado en la Guerra Cristera de México en pleno Siglo XX, proclamando que Jesucristo es Rey. En la canonización de José Sánchez del Río (popularmente conocido como Joselito, y a quien los mexicanos veneran con gran entusiasmo) fue decisiva la curación gracias a su intervención de una niña mexicana, para quien su sanación era desde el punto de vista de la ciencia médica imposible. Ese fue el milagro que motivó que el Papa Francisco  uniera en  santidad  al niño cristero con el cura gaucho; a México con Argentina, las naciones  que creen en Jesucristo y hablan en español, como cantó el poeta de la Hispanidad, Rubén Darío. Fidel García