Sr. Director:
Admiro profundamente a los profesores de Religión. Conozco a muchos y veo, me doy cuenta perfectamente, el gran bien que hacen entre la juventud, desde la Educación Infantil hasta el Bachillerato. Se me cae la baba con las cosas que me cuentan, sus luchas, sus alegrías. Viendo lo que van consiguiendo con tantos chicos y chicas, de diversas edades, me reafirmo siempre en que no hay profesión más importante. Les enseñan a sus alumnos la fe verdadera, les ayudan a conocer a Jesucristo, les acercan a los sacramentos. ¿Hay algo más importante en la vida de las personas?
Me gusta hablar de trascendencia y me consta que estos profesores, en su mayoría, tienen en la mente este concepto. Al final lo que importa es que los alumnos, desde los niños y niñas de 3 años, van comprendiendo que Dios está muy cerca de ellos. Que son templo y sagrario de la Trinidad. Que Dios no está en algún lugar lejano, está conmigo, y puedo hablarle en cualquier momento, y me oye y me habla. Es trascendente. Distinto de nosotros, pero con nosotros.
Es un concepto esencial y, como tal aparece en el currículo de la enseñanza de Religión de Educación Infantil: “La formación religiosa y moral católica pretende contribuir a la formación integral del alumno, desarrollando especialmente su capacidad trascendente”. Estas son las dos primeras líneas del documento que contiene todas las indicaciones sobre qué hacer en la formación religiosa con los niños de 3 a 5 años. Todo un reto para el profesor. Y, desde luego, solo consigue metas importantes aquel que vive lo que dice. Esto es evidente.