Insistimos en que toda persona con sentido común, y sobre todo los cristianos, debería estar elevando sus preces para que Donald Trump se mantenga en la Casa Blanca. Y no porque sea una maravilla de presidente sino porque lo que llegaba con Hillary, eso sí que era temible. Además, Trump ha luchado por una serie de principios -por ejemplo, el derecho a la vida- que Obama había conculcado y Clinton se dispone a fagocitar. Pero dicho esto, su último discurso sobre política migratoria deja mucho que desear. A ver si lo he entendido: se reducirá la llegada de trabajadores poco cualificados o que compitan con trabajadores norteamericanos. O sea todos. Se promocionará a los trabajadores cualificados, que sepan inglés y que no le quiten el puesto a un norteamericano. O sea, ninguno. Entre otras cosas porque si son tan cualificados ya se las arreglarán en sus países de origen. Entendámonos. La emigración es mala de suyo, porque significa que alguien tiene necesidad de abandonar su patria para marchar a tierra extraña. Ahora bien, el deber moral de todos es acoger al que huye de la miseria o la opresión. Sí hay que establecer cupos, entonces hablamos de excepción, pero no de regla. Hispanidad redaccion@hispanidad.com