La reforma de los grados universitarios ha soliviantado a rectores, profesores y estudiantes. Y no deberían. Reducir los años de algunas titulaciones no ha sido planteado como una medida obligatoria sino optativa, para cada universidad. Al parecer, a los funcionarios les encanta la uniformidad y los rectores no dejan de ser funcionarios.

El problema no es ese: el problema es que el ministro Wert (en la imagen) resulta, por así decirlo, un pelín chulo. Su arrogancia, especialmente en público, dispara la crítica a sus medidas, las buenas y las no tan buenas, en objeto de crítica, incluso antes de leerlas.

No reducir los años de las carreras a elección del cuerpo docente no tiene por qué ser una mala medida. Incluso puede ser una manera de presionar a los muchos alumnos vagos que pululan por la universidad. Pero nadie está dispuesto a escuchar las razones de un arrogante.

Hispanidad

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