Los especuladores braman contra la canciller alemana Angela Merkel (en la imagen). Ya ha conseguido tener superávit fiscal y ahora pretende más, pretende acabar con la deuda pública. Oiga, eso es demasiado, claman los analistas. Pues no señor, Merkel asegura que no tiene derecho a endeudar a las siguientes generaciones de alemanes y tiene toda la razón: no tiene ningún derecho. Ocurre que, como llevamos más de un siglo jugando al endeudamiento permanente, que todos debamos al nacer miles de euros nos parce lógico. Pero no lo es. Lo habitual no tiene por qué ser lo normal. ¿Y por qué a los mercaderes no les gusta? Natural, porque ellos viven de las deudas ajenas. Todo el tinglado de los mercados financieros está montado sobre un estado de cosas en el que todo el mundo le debe dinero a todo el mundo… hasta que todos quiebran, tanto acreedores como deudores. Pero lo lógico en economía es lo de Charles Dickens: el secreto de la felicidad está en ganar 20 peniques y gastar 19; el secreto de la desgracia está en ganar esos mismos 20 peniques y gastar 21. No, Merkel tiene razón en este punto y sólo un alemán podría meterse en tan osada aventura. Otra cosa es que se le recuerde el hecho de que para acabar con el déficit y pagar la deuda asumida haya que mantener impuestos elevados que atentan contra la propiedad privada y, por tanto, contra la libertad. Eso sí. Al menos, que Merkel prometa que cuando arregle el problemilla de la deuda (un par de generaciones), cuando los alemanes no deban nada, reducirá los impuestos y no recurrirá a lo que siempre recurren los políticos cuando las cuentas no les apremian: prestaciones públicas para quedar bien ante los ciudadanos. El dinero, donde mejor está es en el bolsillo de cada uno, es quien lo ha ganado. Es el mejor administrador. Hispanidad redaccion@hispanidad.com